Al reflexionar sobre el futuro de la educación no debemos ser fundamentalistas, dogmáticos ni absolutistas; siempre hay un margen de error y posibilidades, aunque es importante analizar los hechos o datos del pasado y del presente y, pensar o planificar el porvenir.
Han existido múltiples teorías e hipótesis sobre el fin de la escuela, del maestro (a), del libro, de la universidad, etcétera; desde las ideas de desescolarización de Iván Ilich, Paul Goodman, John Holt y Everett Reimer en los años 70 hasta los movimientos tecnologicistas contemporáneos.
“El Fin de la Historia” de Francis Fukuyama representó un ejercicio de prospectiva sobre la base de la observación de los acontecimientos y del agotamiento de las ideologías. Pero también Marx y Hegel habían escrito sobre la direccionalidad y dialéctica del devenir histórico.
Los modelos monárquicos caducaron, aparecieron las nuevas repúblicas, el mundo quedó atrapado entre el capitalismo y el socialismo, y hoy estamos en otra debacle global de carácter comercial y tecnológica, ingresando a la era digital.
¿Podrán sobrevivir los sistemas educativos, las escuelas y universidades a esta transformación digital? En una página del instituto para el futuro de la educación (2020) leí esta frase: “La escuela de origen industrial, como templo y monopolio del saber descansa en paz (…) y el aula (sinónimo de clase) como espacio la declaramos en un acta de defunción”.
Efectivamente, ya en 1965 el informe “Igualdad de oportunidades educativas” (“Equality of Educational opportunity” de James Coleman) señalaba que la escuela aportaba poco al aprendizaje de sus estudiantes (no más del 10 %) y que los resultados académicos se explicaban por el origen social y económico de las familias.
Con la pandemia de covid-19 los sistemas educativos se cerraron y un gran porcentaje de la población estudiantil a escala global pasaron a diversas plataformas online; y en esta experiencia improvisada aprendimos a sobrevivir educativamente con otro tipo de escuelas y universidades.
El gran motor de búsqueda Google, los tutoriales de YouTube, Zoom, Teams, Sakai, Blackboard y las redes sociales se tomaron forzosamente la educación, y un gran porcentaje de los docentes se reubicaron como mediadores de contenidos digitales (según el estudio de Factores asociados Educación y covid-19 un 64%, Picardo, Ábrego & Cuchillac, 2020) el resto no supo cómo reaccionar.
En el Congreso Internacional de Innovación Educativa del Tec de Monterrey de 2003 un académico canadiense afirmó que la educación migraría hacia la telefonía móvil; en la edición de 2018, un consenso surgido de su claustro académico participante sostenía que la educación del futuro (universidad, escuela) será muy distinta a la actual; con la pandemia el futuro se hizo presente y la educación actual es muy distinta a la de hace algunos meses.
Sobrevivir a las encrespadas aguas de la transformación digital y no naufragar implica pensar en una nueva agenda, sobre la base de cinco componentes:
1.- Las instituciones educativas y en ellas los dirigentes y docentes deben comprender que actualmente la institucionalidad es más simbólica que real; léase, la importancia de lo virtual y digital;
2.- Iniciar procesos de transformación digital, migrando la mayoría de los servicios administrativos y académicos hacia la telefonía móvil;
3.- Diseñar soluciones educativas flexibles, sobre todo certificaciones o salidas laterales de los programas y carreras tradicionales, enfocadas a la habilitación laboral;
4.- Formar a los docentes en los dominios didácticos del campo digital; con el apoyo de programadores y diseñadores para crear recursos digitales, simuladores y materiales multimedia.
5.- Pensar las comunicaciones y el marketing de los diversos servicios en clave de transmedia para las diversas redes sociales: Video, imagen, podcast, hipertexto;
El modelo educativo tradicional, lancasteriano, bancario e industrial, definitivamente llegó a su fin; cambiamos o desaparecemos por irrelevancia. Es fundamental que las organizaciones educativas revisen su equipaje, su forma de pensar y de actuar, buscando el equilibrio entre lo tecnológico y el humanismo.
Ya tenemos ciertos espejos de esta transformación digital de servicios: Airbnb, Uber, Netflix, Hugo, entre muchos otros. La hostelería, el transporte, el entretenimiento, están cambiando. Además, cada vez hay más sensores, plataformas y tecnologías en la industria automoción, banca, en las empresas y en los diversos productos y servicios con los que nos relacionamos a diario. ¿Educamos para esta sociedad o no?
En la nueva escuela o universidad de la era digital, deberá estar acompañada por la Inteligencia Artificial y el Blockchain, y esto implica nuevos desafíos pedagógicos para los docentes, tal como lo señala el especialista Miguel Rivera Alvarado:
- De aprobar asignaturas, a resolver problemas.
- Del aprendizaje de conceptos, al aprendizaje por proyectos y problemas.
- De un currículum fijo, a uno personalizado y flexible.
- De profesores de asignatura, a diseñadores de ambientes y experiencias de aprendizaje.
- De una educación compartimentada, a una experiencia integral.
El fin de la escuela y de la universidad lo podemos resituar o derivar con decisiones estratégicas; será fundamental que la institución posea una infraestructura de conectividad robusta, pero más importante es impulsar el cambio cultural interno de cara a la institucionalidad digital.
Si bien las tecnologías son herramientas y en sí mismas no son transformativas si no hay un ser humano detrás, tal como señala Peter Drucker: “(…) vivimos en una época de innovación, la educación debe preparar a la persona para trabajos que todavía no existen y no pueden ser claramente definidos”; en efecto, debemos preparar a los estudiantes para el futuro y no para el pasado…, y siempre el docente será el techo de la calidad y el elemento disruptivo y transformador del sistema educativo, pero debe dominar las tecnologías, evitando que éstas lo desplacen o lo controlen a él.
Investigador Educativo/
opicardo@asu.edu