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Notas pedagógicas: Conocer, comprender, aplicar

«Ningún conocimiento humano puede ir más allá de su experiencia» John Locke

Por Óscar Picardo Joao

Un ensayo sobre el entendimiento humano (An EssayConcerning Human Understanding, 1690) es la obra principal de John Locke y constituye la base del empirismo inglés, impulsado posteriormente por George Berkeley y David Hume. Locke rechazó las hipótesis de los racionalistas y sus ideas innatas, reafirmando que el conocimiento de la realidad proviene de las experiencias sensoriales y de la reflexión. Las cualidades o características de las cosas y de la alteridad llegan a la mente a través de los sentidos (la primera fuente del conocimiento). Luego, la reflexión o experiencia interna, que es la percepción, cierra el proceso epistemológico (la segunda fuente de conocimiento). Locke desarrolla este planteamiento en un contexto teológico complejo y convulsionado, marcado por persecuciones, asesinatos, encarcelamientos y exilios, asociados a la Inquisición católica, la Reforma protestante de Lutero y la emergencia de la Iglesia anglicana.

Diversos diccionarios asocian el conocer con: saber, comprender, entender, distinguir, discriminar, identificar, percibir, entre otros. La «Taxonomía de Bloom» estableció en 1956 un ordenamiento jerárquico cognitivo para la educación, que va desde el pensamiento de orden inferior hasta el superior, expresado en una pirámide que incluye: conocer, comprender, aplicar, analizar, sintetizar y evaluar. En los años 90, antiguos estudiantes de Bloom, Lorin Anderson y David R. Krathwohl, revisaron la taxonomía de su maestro y la publicaron en 2001, quedando de la siguiente manera: recordar, comprender, aplicar, analizar, evaluar y crear.

Existen diversos tipos de conocimiento: mágico, mítico, intuitivo, empírico, religioso, animista, filosófico, matemático, científico, entre otros. Cada uno de ellos posee caminos, fuentes o métodos distintos; algunos autores los clasifican en precientíficos y científicos.

Desde el punto de vista neurocientífico, el conocimiento es un proceso vinculado a la «plasticidad cerebral», una capacidad versátil de cambio y adaptación del cerebro. Más allá de los aspectos genotípicos, el entorno familiar, el juego, el juguete, la imitación, el garabateo, la educación y la cultura afectan nuestro sistema de conocimiento y nuestra forma de ver y relacionarnos con el mundo externo, los objetos y la alteridad.

La pedagogía contemporánea nos induce a cuatro elementos fundamentales para considerar en el sistema educativo: 1) Todos necesitamos conocer y saber ciertos elementos básicos o teóricos de las ciencias; 2) Será importante comprender las dinámicas metodológicas de funcionamiento; 3) Para que ese saber y comprender sean significativos debemos aplicar lo aprendido en casos reales; y 4) La mayor experiencia de aplicación está en vivir lo aprendido.

Durante muchos años, las pruebas estandarizadas aplicadas en el sistema educativo han arrojado el siguiente resultado: «Nuestros estudiantes saben, pero no comprenden ni aplican lo que aprenden». Esta conclusión está relacionada con dos problemas principales: 1) Los métodos pedagógicos y recursos didácticos son muy limitados; y 2) No se utilizan espacios de experimentación, como laboratorios o aplicaciones en la vida real.

Un estudiante de nivel básico de Honduras, Guatemala o El Salvador sabe lo mismo que uno de Suiza, Singapur o Finlandia; sin embargo, en estos últimos casos, los estudiantes saben cómo utilizar y aplicar sus conocimientos, ya que los ponen en práctica.

En nuestras aulas, por ejemplo, se enseña álgebra, razones trigonométricas, producto cartesiano y relaciones, medidas de tendencia central y de dispersión, función exponencial y función logarítmica, conjuntos numéricos o sucesiones aritméticas y geométricas. No obstante, en ningún momento se aplican estos conocimientos a la vida real ni se explica para qué les servirán en el futuro. Como resultado, los estudiantes memorizan solo para aprobar el examen, con una retención mínima que finalmente se desvanece. Cuando llegan a la universidad —y solo 2 de cada 10 lo logran— el proceso se reinicia y se repite el ciclo de ineficacia. Consecuentemente, nuestra capacidad creativa se ve limitada, lo cual se refleja en escasas publicaciones, nulas patentes y un desarrollo científico paupérrimo.

El destacado educador John Dewey afirmaba: «El conocimiento no es algo separado y autosuficiente, sino que está envuelto en el proceso por el cual la vida se sostiene y se desenvuelve». Efectivamente, el conocimiento es la principal herramienta para la vida, es la vida misma. Pensar, tomar decisiones, resolver dilemas o problemas prácticos implica utilizar esa capacidad cognitiva humana.

Además, los seres humanos poseemos diversas personalidades, temperamentos, identidades o inteligencias (Gardner, Levine); cada individuo es único y enfrenta la realidad de manera particular, la interpela y la asimila con percepciones irrepetibles. Salvo en el caso del lenguaje matemático, nos cuesta llegar a la verdad o compartir puntos de vista sobre ciertos fenómenos.

Nuestro sistema educativo debe cambiar, sin duda. Necesitamos docentes que comprendan qué es el conocimiento, que entiendan el proceso de aprendizaje y diseñen herramientas pedagógicas y didácticas para educar con el fin de preparar para la vida misma y no para pasar exámenes. Necesitamos docentes que ayuden a descubrir la vocación de cada estudiante y que comprendan que trabajan con el futuro de cada persona. Necesitamos docentes que entiendan que «Nuestro conocimiento es necesariamente finito, mientras que nuestra ignorancia es necesariamente infinita» (Karl Popper).

Pero, sobre todo, necesitamos “profesores” que se transformen en “maestros”, es decir en guías y referentes para el futuro de sus estudiantes; un profesor enseña y cumple los requisitos mínimos de impartir clases; en cambio un maestro inspira e impacta en la vida de los discentes, esa es la diferencia; y cada uno de nosotros tiene una idea de quienes fueron nuestros profesores, pero nunca olvidaremos a los que fueron nuestros maestros.

Será fundamental llegar a la conclusión de que «conocer, comprender y aplicar» es la regla para ser, vivir y crear; de lo contrario, seguiremos repitiendo conocimientos prestados y consumiendo lo que otros producen. La pobreza y la exclusión en nuestros países se sustentan en un sistema educativo fallido, donde solo se sabe (para aprobar exámenes), pero no se comprende ni se aplica lo que se aprende (porque nadie lo exige o a nadie le importa).

Disclaimer: somos responsables de lo que escribimos, no de lo que el lector puede interpretar. A través de este material no apoyamos pandillas, criminales, políticos, grupos terroristas, yihadistas, partidos políticos, sectas ni equipos de fútbol… Las ideas vertidas en este material son de carácter académico o periodístico y no forman parte de un movimiento opositor. Nos disculpamos por las posibles e involuntarias erratas cometidas, sean estas relacionadas con lo educativo, lo científico o lo editorial. 

Investigador Educativo/opicardo@uoc.edu

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Educación Opinión

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