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Lo peor está por venir

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Por José Marinero
Abogado

No hay nada de alarmista en el título de esta columna, sino la conclusión de que por ahora El Salvador continuará deslizándose por el camino que inició hace cinco años. Toda la evidencia disponible apunta a que esa vía desciende a un futuro no solo de menos libertades, sino también de menos oportunidades para la gran mayoría de salvadoreños.

Durante su primer quinquenio, el bukelismo tomó por asalto la justicia, anuló el resto de frenos y contrapesos, virtualmente eliminó a la oposición política, cerró espacios para la participación cívica y el periodismo independiente, aceleró la militarización de la sociedad, estigmatizó los derechos humanos y a sus defensores, y propagó mucha desinformación y un polarizante discurso de odio. La reelección, impuesta rompiendo la Constitución, garantiza que el bukelismo se enquiste en el poder y presagia el agravamiento de sus síntomas.

Sin que haga falta descifrar el contenido del vacío discurso del 1º de junio, lo que viene es un tiempo de más ideas chatas, de cierre del debate público, de represión, censura y autocensura, de más impunidad estatal, y de blindar el sistema electoral para que tengamos elecciones en que los ganadores siempre sean los mismos. Lo que viene es una etapa de consolidación de un proyecto dictatorial que ya no esconde sus intenciones de perpetuarse indefinidamente en el poder a cualquier costo.

Como quedó claro de la puesta en escena de ese día, este es un gobierno que quiere de nosotros súbditos y no ciudadanos. Este es el verdadero “modelo Bukele”: una forma de gobierno que dice gobernar para la gente mientras la despoja de sus derechos y dignidad.

El “modelo” no necesita ni siquiera de un plan de gobierno; en sus primeros 5 años el gobierno fue incapaz de producirlo y ahora tiene menos razones para hacerlo. La matonería, el pensamiento único y el culto a la personalidad del caudillo no admiten réplica, no ofrecen explicaciones, jamás rendirían cuentas y solo necesitan de suficientes creyentes y, según parece, un número mayor de desencantados de la democracia y sus resultados.

Pero atrás de la propaganda, este gobierno que ahora se aferra al poder de forma ilegítima -igual que lo hacen en la región las dictaduras en Cuba, Venezuela y Nicaragua-, no es sino un puñado de medidas y proyectos vistosos, pero sin visión de futuro; unos dudosos resultados “exitosos” que rabiosamente se niega a explicar; y una larga lista de promesas fantasiosas, todo aderezado de matonería, improvisación, incapacidad y el más profundo desprecio por la gente y sus derechos.

Tras cinco años, no hay una sola política económica que ofrezca respuestas a los retos del bajo crecimiento, de la baja productividad de nuestra economía, del escaso trabajo de calidad y bien remunerado y de la exclusión de la mayoría de los salvadoreños de la oportunidad de construirse una vida digna para ellos y sus familias. Por el contrario, el gobierno ha llevado al país a un endeudamiento histórico, ha alejado la inversión extranjera directa, ha demostrado incapacidad para la inversión pública y no tiene idea económica alguna más allá del siguiente ciclo de gasto y endeudamiento.

Y, además, mientras crece la pobreza y caemos en todos los indicadores de desarrollo humano, ha sido dolosamente incapaz de proponer políticas sociales que brinden a la gente la oportunidad de mejorar sus condiciones de vida actuales. Ni la salud, ni la educación, ni la equidad de género, ni el medioambiente ha sido -ni serán- prioridades para quien controla a todas y cada una de las instituciones del poder público.

Es cierto que en un entorno así habrá siempre “ganadores” que sepan parasitar de un gobierno interesado solo en permanecer y lucrarse del poder. Pero también es cierto que por ahora nadie -ni trabajadores, empresarios, agricultores, profesionales, servidores públicos, ni nadie más- tendrá garantía alguna de que el fruto de su trabajo, su libertad y o vida se respetarán. Este es un gobierno que ya demostró ser capaz de espiar, perseguir, despojar de sus bienes, y hasta condenar al exilio, a la cárcel o la muerte a aliados y enemigos por igual.

Aunque no hayamos visto su peor cara o nos pensemos a salvo, la dictadura ya está acá y es para todos.

Lo que pase en El Salvador a partir de ahora también seguirá repercutiendo en el discurso y en la práctica política de la región. Tal como ya ocurre, más políticos oportunistas latinoamericanos se montarán en el “modelo” como una alternativa al margen del molesto Estado de derecho y prometerán soluciones rápidas y fáciles a los problemas más acuciantes de sus países. Se ha inaugurado una franquicia regional de la mentira.

Todo mientras la comunidad democrática internacional ve indolente como se inaugura la más reciente de las dictaduras latinoamericanas y -por acción u omisión- le ayuda a normalizar su absurda variante de democracia de un solo partido y sin derechos ciudadanos. Auténtico favor le hace al avance global del autoritarismo contra el que se defiende en otras latitudes.

No hay nada de pesimista en esta columna. Por el contrario: la historia nos enseña que ningún experimento político en que los ciudadanos entreguen sus derechos y futuro al tirano de turno puede durar para siempre. Este también terminará y, aunque ahora cueste verlo, soy optimista de que quizá estaremos mejor preparados para que esto no nos vuelva a pasar.

Sin embargo -y como me gustaría equivocarme-, después de que la pompa y las luces del 1º de junio terminen de apagarse, el país aún deberá descender más por la pendiente de la locura que ha elegido.

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