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Dignidad infinita

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Por Heriberto Herrera
sacerdote salesiano

Valemos más de lo que podemos imaginar. Desde nuestra fe podemos vislumbrar una imagen de nosotros mismos de una grandeza tal que nos sonaría a fantasía desorbitada. Pero es la auténtica realidad.

Seres vivientes, sí. Pero no simples animalitos evolucionados. Algo de divino impregna nuestra existencia. Para el creyente cristiano, hemos sido creados a imagen de Dios. Como bautizados, nos hemos convertido en hijos de Dios Padre, hermanos de Cristo Jesús y habitados por el Espíritu Santo. En consecuencia, somos sagrados. Ahí radica nuestra increíble dignidad.

El sueño de Dios sobre nosotros es infinitamente mayor que nuestra más exaltada imaginación. Ejemplo de ello son los santos, seres humanos que supieron dejarse impulsar por la energía divina y crecer a alturas de dignidad sin límites. Dichosos ellos.

Pero la cosa no es tan simple. Se da la contraparte. Hay en todo ser humano una raíz del mal que puede entorpecer o definitivamente abortar ese proyecto grandioso de Dios sobre nuestra existencia. El mal como amenaza dañina y talvez mortal que deforma, destruye y aniquila la grandiosa idea de Dios sobre nosotros.

Dios nos quiere felices, realizados, gozando de una paz profunda y abiertos a la construcción de un entramado positivo de relaciones humanas sanas y creativas.

Sí, ahí está la amenaza del mal como un virus pernicioso capaz de oscurecer la belleza de nosotros criaturas de Dios. Pero no se trata de una fatalidad. Recursos de sobra están a nuestro alcance para cultivar una vida vigorosa, creciente, espléndida. Hijos de Dios, a mucha honra.

Guiados y animados por el Espíritu del Señor, seremos irradiación de bien en el pequeño mundo en que nos movemos. Bendición para quienes tengan la suerte de entrar en contacto con nosotros. Agentes de Dios en la tarea de humanizar a nuestros compañeros de viaje.

Conscientes de ser amados entrañablemente por Dios y que, por tanto, valemos más de lo que podemos imaginar, la resultante será una existencia agradecida, bendecida, en la que el gozo sea la nota dominante de cada paso que demos en nuestra corta o larga existencia.

¿Y el dolor? Compañero de camino desde que nacemos hasta que muramos, dejará de ser una maldición. De la mano de Jesús, el sufrimiento cambia de signo: de maldición se transforma en bendición. Como la pasión de Cristo, que resultó ser salud para la humanidad.

El poeta místico san Juan de la Cruz lo expresó admirablemente al referirse al paso de Cristo entre los hombres:
Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura; y, yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de hermosura.

Dichosos nosotros si pudiéramos apropiarnos de tan expresivos versos para definir nuestro breve paso por el pequeño mundo en que nos toca vivir.

Sacerdote salesiano y periodista.

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