Por stamos en los días cumbre de la Semana Santa: vivimos, el Viernes Santo, el martirio indescriptible sufrido por Jesús, entregado a la muerte por nuestros pecados. El sábado acompañamos a Su Madre, en el profundo dolor que lacera su corazón ante la pérdida de su Divino Hijo. Y, mientras las horas pasan y el silencio nos acompaña, podemos profundizar sobre graves acontecimientos de actualidad.
En nuestro país hay sucesos inverosímiles. Y, aunque haya alguna mente desquiciada que crea que ahora El Salvador es el referente del “mundo mundial”, somos apenas un diminuto punto dentro del conglomerado internacional, por tanto, lo que sucede en las grandes potencias terminará afectándonos.
Por ejemplo, el terrible ataque realizado por ISIS en Moscú, contra la población desapercibida que asistiría a un concierto: terroristas armados de cuchillos, bombas incendiarias y armas de fuego, causando decenas de muertos y heridos.
¿Por qué eso nos atañe a nosotros? Porque la amenaza es de atacar y exterminar a todos aquellos que no profesamos el islamismo, habiendo mostrado, con creces, que sus principales enemigos somos los cristianos. Y nosotros, además de serlo, tenemos un país que rinde honor a nuestro Redentor, llevando el nombre de El Salvador.
Y, ¿por qué meditarlo en estas fechas? Especialmente, porque son momentos en los que la Santísima Virgen está sumamente sensible a nuestra devoción y cariño, necesitada de consuelo. Y es Ella quien, en palabras del venerable Fulton Sheen y de otros grandes ejemplares católicos, puede ser el puente y la solución para que los islamitas abjuren de su odio y se conviertan a Jesús. Principalmente, cuando acudimos a Ella bajo la advocación de Virgen de Fátima.
Según señaló el VIII Encuentro de Oración Islámico-Cristiana en 2014, “la Iglesia Católica reconoce que los musulmanes honran a María, la Virgen Madre de Jesús, e incluso la invocan con piedad. María es mencionada varias veces en el Corán. El respeto por Ella es tan evidente que cuando se la nombra en el Islam se añade ‘Alayha l- salam’ (la paz sea con ella).
Fátima az-Zahra, “la luminosa” (La Meca, 27/07/604 - Medina, 28/08/632), es hija del profeta Mahoma y de su primera esposa, Jadiya. Fátima es transmisora de la sucesión consanguínea de Mahoma y es venerada en el Corán. Su padre dijo de ella: “Tú serás la más bendita de todas las mujeres en el paraíso, después de María”.
El venerable Fulton Sheen expresó: “Creo que la Virgen escogió ser conocida como ‘Nuestra Señora de Fátima’ como una promesa y un signo de esperanza para el pueblo musulmán y para asegurar que quienes le muestran gran respeto, algún día también aceptarán a su Divino Hijo”. Y a su santuario acuden infinidad de católicos a venerarla, pero también la visitan un gran número de musulmanes, porque a través del Corán han aprendido también a venerarla y amarla.
La Santísima Virgen, desde ese pueblecito llamado Fátima, llamó a los cristianos a rezar por la paz en el mundo. Vivimos actualmente una guerra en Ucrania, otra en Tierra Santa y, mundialmente, los cristianos estamos amenazados por la violencia que terroristas practican en el nombre del islam. Hoy, especialmente, acudamos a Nuestra Señora de Fátima y acompañémosla allí, al lado del sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo, orando por la paz. Y que, en su gloriosa resurrección, Él nos la conceda.
Empresaria.