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Inflación

La inflación descontrolada, además de provocar esa incertidumbre generalizada de la que venimos hablando, es -como se ha dicho- una máquina muy eficiente para generar pobreza y, consecuentemente, desigualdades sociales

Por Carlos Mayora Re
Ingeniero @carlosmayorare

Una de las principales consecuencias de la situación sanitaria provocada por la covid 19, por la invasión rusa a Ucrania y otros importantes eventos mundiales recientes, es el aumento de precios generalizados tanto a nivel local como a nivel global. En una palabra: tasas altas de inflación.

Muchas agencias internacionales, entre ellas el Fondo Monetario Internacional reportan en sus informes este fenómeno, como también las agencias de noticias, y cualquier persona que haya salido del país. Aunque, sin ir tan lejos, todos lo experimentamos al hacer la compra semanal y constatar el incremento generalizado de precios.

En un reporte reciente del FMI se recoge en pocas líneas esa situación de la que venimos hablando: “La economía global afronta turbulencias procedentes de varios retos. La tasa de inflación es la más alta experimentada en varias décadas, lo que tensiona las condiciones financieras y económicas en la mayor parte del mundo”.

Como es conocido, una tasa alta de inflación tiene como efectos directos el bajo crecimiento de las economías, distorsiones en el empleo, desajustes cambiarios y deudas crecientes para los países. En una palabra: la única estabilidad esperable es el aumento sostenido de los precios de los bienes y servicios, lo que provoca una inestabilidad considerable en otros elementos que influencian, en primer lugar, la confianza de las personas en el sistema, y en segundo la credibilidad del gobierno de turno.

En el caso actual, como decíamos al principio, la inflación presente no es ajena a los dos años de pandemia global, principalmente por la inyección de dinero sin respaldo en la actividad económica que se dio en muchos países, como un modo de incentivar la economía estancada por falta de materias primas y actividad económica y comercial. De hecho, a partir del mes de marzo del 2020 una gran cantidad de gobiernos se embarcaron en un gasto social ilimitado (principalmente dando dinero a la gente), que -lógicamente- provocó un déficit fiscal importante financiado por más deuda pública. Una deuda que fue comprada por los bancos centrales en forma de bonos, generando así una abundancia de liquidez que desembocó, cómo no, en inflación.

Como escribe un analista, “llovía además sobre mojado, puesto que déficit, deuda y burbuja de liquidez permanecían latentes en el sistema desde la crisis financiera de 2008. Nunca, en tiempo de paz, la 'máquina de fabricar dinero' había funcionado con tanta intensidad y de modo tan general, para apoyar un gasto público también desmedido”.

Así, unos países terminaron por imprimir dinero y regalarlo a la gente y otros, como el nuestro que no tiene capacidad de hacerlo, por endeudarse a niveles históricos.

En segundo lugar, la pandemia provocó importantes cuellos de botella logísticos en la oferta de productos que dependen de la movilidad de mercaderías y “commodities”: materias primas o productos semielaborados, productos de minería, bienes intermedios, insumos agrícolas, etc. Lo que provocó, una vez más, un exceso de demanda para una oferta limitada, es decir, inflación.

Y todo lo anterior antes de que Putin invadiera Ucrania y contrajera significativamente la oferta de trigo, y -además- le fueran impuestas cuotas al gas que Rusia podía vender a Europa. Escasez: más inflación.

La inflación descontrolada, además de provocar esa incertidumbre generalizada de la que venimos hablando, es -como se ha dicho- una máquina muy eficiente para generar pobreza y, consecuentemente, desigualdades sociales, más aún en países en los que preferentemente se intenta generar riqueza vía gasto público, incorporación de remesas en la masa monetaria circulante y generación artificial de liquidez vía préstamos.

En este panorama, entonces, lo peor que nos podría pasar es que no se detenga esa espiral ascendente de precios, y que los organismos gubernamentales que deberían atajarla, o al menos paliar sus consecuencias, se conformaran con tener “pan para hoy” (dinero circulando) sin ver que a eso sigue “hambre para mañana”…

Ingeniero/@carlosmayorare

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Economía Inflación Opinión

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