Para las mujeres que no tuvimos la oportunidad de optar a un empleo formal, nos dedicamos al trabajo del hogar remunerado, un trabajo que no requiere ningún nivel de estudio, esa desventaja de conocimientos nos ubica en una situación en la que históricamente se han vulnerado nuestros derechos y se han aprovechado en diversas formas de nuestra necesidad; llegamos a ese empleo incluso por herencia familiar, repitiendo ciclos de nuestras abuelas, madres, tías o hermanas.
Las jornadas no tienen hora y mucho menos fin. Es posible que lleguemos a trabajar las 24 horas del día. La explotación no tiene límite,. La contratación es para una tarea específica a la que al final se suman hasta atención a las mascotas en sus necesidades básicas.
La migración de nuestros hogares nos hace una presa fácil para que las personas empleadoras no tengan reparo en exigir más de la cuenta. Nuestras hijas o hijos se quedan solos, mientras nosotras cuidamos a otras familias. En el área rural es muy común que nos entreguen a familias que buscan una trabajadora del hogar remunerado, sin tener conocimiento previo para hacer las tareas que son solicitadas en las casas donde llegamos a laborar: La necesidad en la que crecemos en el campo nos hace caer en estos trabajos extremos por un plato de comida o un uniforme.
La gran mayoría de nosotras no tenemos derecho a enfermarnos. No tenemos derecho a tener seguro social, ni mucho menos a recibir salario mínimo, que ayude a suplir nuestras necesidades básicas. Existe el decreto número 74, con fecha 31 de mayo de 2010, que establece el reglamento de creación y aplicación del Régimen Especial de Salud y Maternidad para los Trabajadores Domésticos,. Desde su creación hemos visto una disminución de beneficiarios de este decreto. Inicialmente había un total de 700 personas en el registro, pero hasta el año 2020 hay una disminución del 70% de afiliaciones. Solo se cuenta con 200 personas afiliadas según los registros del ISSS. El decreto no garantiza el acceso al derecho a la salud, ya que queda a discreción de los patronos afiliarse al sistema.
Otro abuso a nuestros derechos es el acoso sexual, que forma parte de nuestra vida laboral, en las casas de quienes nos contratan. Una de nuestras afiliadas nos cuenta su experiencia: “Que haga conmigo lo que quiera, pero no con mi hija”. Nosotras nos enfrentamos a violencia sexual a diario y no tenemos instancia o legislación que nos respalde. Nos enfrentamos a patrones que no respetan nuestra condición de vulnerabilidad y que dentro de la explotación que ya existe además sufrimos el abuso sexual.
Actualmente hemos registrado más de 140,000 trabajadoras y trabajadores del hogar remunerado. Somos un sector invisibilizado y vulnerado por el sistema, que sostiene la economía del cuidado de las familias salvadoreñas.
La ratificación del Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que garantiza los derechos de las trabajadoras del hogar remunerado, no sólo nos garantiza un salario mínimo por nuestro trabajo, sino también la resolución de la Corte Suprema de Justicia en el año 2020 manda al Consejo Nacional del Salario Mínimo que fije un monto mínimo, para las trabajadoras y trabajadores del servicio doméstico.
La falta de ratificación del convenio nos limita incluso el acceso a la vivienda, a créditos o garantías sociales como otro empleado. Parte de nuestras afiliadas del sindicato, con edades desde los 52 hasta incluso los 69 años, siguen luchando por un techo. Hay compañeras que desde los 10 años inician en el trabajo del hogar no remunerado y llegan a la tercera edad sin un lugar para retirarse, mujeres que terminan viviendo en las calles porque en sus lugares de trabajo donde estuvieron durante toda su vida las despiden porque ya no son útiles para las tareas domésticas.
Ahora que la Asamblea Legislativa discute una nueva reforma a las pensiones es un momento oportuno para recordarles que nosotras tampoco tenemos derecho a una pensión digna. Nosotras no estamos pidiendo que nos regalen un salario. Nosotras trabajamos de sol a sol y lo que pedimos es que nos paguen y reconozcan por cada una de nuestras tareas realizadas como cualquier otro ser humano con un trabajo remunerado.
Nosotras no somos robotinas que pueden soportar jornadas de 24 horas, no podemos seguir en espacios de discriminación y violencia sexual, no somos robotinas que podemos soportar más de 40 años trabajando en el cuidado de otras familias y sin tener un ahorro para descansar en nuestra vejez. Somos seres humanas que sostenemos la economía del cuidado en El Salvador, somos el rostro de la invisibilidad laboral y la falta de interés político. Hoy nosotras en el marco del Mes de los Derechos Humanos queremos poner voz por esas más de 140,000 personas mal llamadas trabajadoras domésticas.
Secretaria General Sindicato de Trabajadoras Domésticas.