Con exactitud no puedo precisar en qué fecha empecé a escuchar que algunas personas se referían a los profesionales sin usar sus apellidos. Ejemplifico: “Doctora Rosita”, “Ingeniero Óscar”, “Licenciada Martita”. Llamó mi atención porque yo estaba acostumbrada, pues así me habían instruido desde pequeña: después de un título universitario, o se expresaba el nombre completo, por ejemplo: “Doctora Rosa María Martínez” o “Ingeniero Óscar González”; o se abreviaba, usando solamente el apellido, como sigue: “Doctora Martínez” o “Ingeniero González”.
Este comportamiento permite la identificación precisa de la persona, especialmente en situaciones en las que hay múltiples personas con el mismo título. Martínez y González, para citar algunos, son apellidos muy comunes en Hispanoamérica; al igual que los nombres Marta, Óscar y Rosa María. Asimismo, hay claridad en la comunicación, lo que asegura que el mensaje sea entendido con precisión y que no haya confusiones sobre quién es la persona a la que se está haciendo referencia. Y la tradición y convención, no hay que olvidarles, pues está convenido en muchas culturas y sistemas educativos a lo largo del tiempo, incluidosdocumentos formales, currículums, publicaciones académicas y en la comunicación profesional en general.
No quiero olvidar otra conducta muy usual, para el caso: “Hola, ¿Cómo te llamas?”
“Yeni” responde la interrogada.
“¡Yeni qué?”
“Yeni” contesta la otra, con una sonrisa, sin idear que se le está solicitando su apellido. Y ya no se diga que muchos jóvenes, en estos días no conocen los apellidos de sus dis que “amigos”. No se los preguntan, no visualizan la importancia de saber con certeza con quien están hablando o interactuando, ¡inaudito!.
Estas conductas se han esparcido como llamarada sobre gasolina y hoy, la mayoría de salvadoreños, e incluso habitantes de otros países de habla hispana, se expresan y conducen de esta manera, en sus relaciones con otros. Haciendo memoria, creo que esto empezó hace unos diez años. Estimado lector, si me equivoco, corríjame.
Los apellidos que una persona ostenta, junto con su nombre, configuran uno de los datos de identificación de la misma y, en tal sentido, poseen relevancia jurídica. Incluso dan seguridad sobre las cuestiones que podrían involucrar sus relaciones.
La manera en que una persona es designada sirve para individualizarla –diferenciándola de las demás personas– e identificarla. Toda persona ha de poseer un nombre completo: con él actúa y se relaciona con las demás. Son sus progenitores quienes, en circunstancias ordinarias, aparecen como responsables de la designación por la que se reconoce a una persona. Junto a la función antes señalada y complementándola, el sistema tradicional de atribución de apellidos servía y sirve, además, para identificar y exteriorizar el vínculo parental.
Algunos analistas consideran que este tipo de comportamiento moderno podría estar reflejando una preferencia por formas de trato más cercanas y amistosas; que se trata de una manera de reconocer a la persona en sí misma, en lugar de enfocarse únicamente en su título profesional o en su apellido. Sumado a esto, que se está tratando de no sentirse de menos ante aquellos que ostentan un título o un apellido distinguido, por lo que se manda un mensaje implícito sobre que ambos, receptor y emisor, son iguales y que el título y/o el apellido, sale sobrando. Incluso algunos opinan que podría darse que el uso del nombre de pila favorece la memorización y la pronunciación, en una época donde algunos no quieren esforzarse en memorizar.
En lo personal considero que todo está en constante cambio, siempre, como muchos filósofos lo han manifestado, entre ellos, Heráclito de Efeso. No obstante, sopeso que si alguien no desea memorizar el apellido del otro o no llamarlo por su título, simplemente le puede decir: “Disculpe, ¿puedo tratarlo simplemente con su nombre sin usar su título o su apellido?”, dando opción al receptor para establecer como le gustaría que lo trataren, sin tener que eliminar las convenciones, la certeza y los niveles de seguridad que permiten saber con quién estoy tratando. Por otra parte, los padres de familia y los maestros de instituciones educativas de todo nivel, deben poner sus barbas en remojo sobre su papel decisivo en el uso del lenguaje y convenciones que están haciendo sus hijos y alumnos, para corregirlos. ¡Hasta la próxima!
Médica, Nutrióloga y Abogada