Donald Trump no deja a nadie indiferente, y menos a periodistas, analistas, e intelectuales. Su victoria ha sido un batacazo demasiado fuerte (y no tanto porque haya ganado las elecciones, sino por la forma en que lo hizo) como para que sus ondas de choque no se ampliaran a todo el mundo.
Hay quienes profetizan que se convertirá en un dictador. Algo difícilmente aceptable en una de las sociedades con el espíritu más democrático del mundo. Entre los agoreros hay quienes han asistido a las mejores universidades, tienen trabajos muy bien remunerados y oportunidades magníficas de conocer mundo y contrastar lo que está pasando en los Estados Unidos con lo que sucede -políticamente hablando- en otras latitudes.
Quizá porque pertenecen a la crema y nata de la intelectualidad, en cierta forma, y precisamente por su actitud analítica-crítica de todo lo que sucede, de pronto no son capaces de ponerse en el lugar (¿o en la cabeza y el corazón?) del votante medio, del gringo promedio, que hizo que a las pocas horas de haberse cerrado las urnas ya se supiera con certeza no sólo que Trump había ganado, sino que también lo había hecho contundentemente.
Hay gente que sigue incrédula de que Trump ganara después de haber mostrado lo que era capaz durante cuatro años en la presidencia. Son los mismos que no se dan cuenta de que precisamente por eso fue que ganó: la gente sabía quién era Trump y qué se podía esperar de él, y eso es lo que votaron, esencialmente…
Mientras, por otro lado, Kamala era tan impredecible que la mayoría no se atrevió ni a concederle el beneficio de la duda, ni a arriesgarse a un gobierno que le daba mucho más peso a cuestiones morales-blandas (aborto, género, minorías) que a temas técnicos-duros (economía, política exterior, seguridad nacional). Además, la vicepresidenta tuvo un rol anodino durante la presidencia de Biden y una campaña corta -por circunstancias conocidas-, lo que le impidió lanzar un mensaje claro y fuerte -generador de confianza-, acerca de qué haría con el país si la presidencia estuviera en sus manos.
La presidencia de Trump sin guerras en el exterior, la marcha poco satisfactoria de la economía (crecimiento más inflación…) en la presidencia de Biden, el aumento de la inmigración ilegal, el aumento del gasto militar en ayuda a Ucrania e Israel, también fueron decisivos para definir la elección. Temas que, paradójicamente, pasaron agachados en los sesudos programas de análisis electoral, pero no en la conciencia de los votantes. En contrastaste, la generación de empleos en la administración Biden, la ayuda a las guerras en el extranjero y el apoyo norteamericano a la democracia y la autonomía en el gobierno de otros países, ocuparon horas de análisis en los programas de opinión política, pero tuvieron mínimo eco en la conciencia de los electores.
El día después de la elección, el día siguiente de la encuesta que verdaderamente importa, los editorialistas de los medios de comunicación y muchos "opinólogos expertos" se centraron en denigrar a Trump y su equipo -y por supuesto, a sus votantes-, con calificativos y epítetos que por más crudos que fueran no podían, ni explicar realmente qué había pasado, ni dar cuenta de los porqués del triunfo del republicano. Una actitud que, para decir lo menos, transparenta una más entre las causas del triunfo de Trump: la arrogancia de los medios que se oponen a su pensamiento y que lleva a quienes los dirigen, a pensar que tienen la misión divina de orientar -sino a imponer su pensamiento-, a las masas "ignorantes" que depositan cada cuatro años su voto en las urnas.
De modo que si los votantes no les "hacen caso" no es porque ellos estén equivocados, sino, simplemente, porque con palurdos e ingenuos no hay quien trate.
Ingeniero%@carlosmayorare