JUELA…en el espectáculo que se montó el pasado 1 de junio de 2024, cuando se formalizó la instauración de un régimen autocrático en el país, el dictador formuló un aburrido discurso en el cual, entre líneas, lanzó cuatro promesas: más autoritarismo, más odio, más represión y más corrupción.
Sobre la promesa de más odio y de más represión, fijemos nuestra atención en algunas de las frases dichas desde el balcón del Palacio Nacional:
En la metáfora en la que el dictador se autocalificó de “doctor milagro”, expuso que la persona enferma -la sociedad salvadoreña- “(…) decidió confiar en el doctor, sin quejarse, apoyándolo siguiendo la receta al pie de la letra”.
Y para referirse a los médicos que el paciente había visitados previamente, en el discurso se preguntó al público: “Ustedes, ¿aquí le harían caso al doctor del cáncer o a los doctores que casi lo matan y los estafaron?, es decir, calificó a los médicos previos -los gobernantes y dirigentes de este país antes de 2019- como estafadores, como delincuentes.
E insiste en el calificativo de estafadores, cuando en el discurso añadió: “Pero, ahora, algunos pocos han decidido escuchar a los doctores anteriores, lo que es incompetentes, estafadores que se lucraron de su enfermedad, la grave, el cáncer, las pandillas que no le dieron ninguna cura, sino que estuvieron a punto de matarlos, hasta trajeron médicos extranjeros, supuestos expertos intelectuales e eminencias que decían conocer la solución al problema, pero no solucionaron nada en serio, ¿vamos a escucharlos de nuevo a ellos?”.
Y luego, simple y sencillamente defenestró la noción de democracia, al asegurar que “la oposición que es numéricamente insignificante pero rabiosa, sigue defendiendo una institucionalidad, una democracia como le llaman ellos (…)”.
Y el dictador se declara amo de vidas, pues afirma que “de seguro, muchos opositores que están en contra del régimen de excepción estarían muertos de no ser por él [el régimen]”.
Quitemos la grandilocuencia de esas frases y veamos cuál es la realidad del mensaje, de las promesas hechas por el dictador:
- Que la único dueño de la verdad absoluta es el dictador, al extremo que él es la única persona capaz de “sanar” a la enferma sociedad salvadoreña y, por ende, es la él es la única opción para el país.
- Que el pueblo salvadoreño debe aceptar siempre las decisiones y órdenes del dictador, sin quejarse nunca.
- Que todos los gobernantes y dirigentes del país antes de 2019 e incluso, los ciudadanos que hoy día se atreven a quejarse, criticar o cuestionar las decisiones gubernamentales fueron y son “estafadores”: con esa alegación, el dictador utiliza una noción clásica de las retóricas propias de las autocracias, creando un enemigo interno.
- Que la solución a los problemas es estrictamente interna, sin participación o ayuda de la comunidad internacional, con lo que la dictadura está recurriendo a otra común estrategia de las autocracias, como es la insistencia en la “soberanía” y un nacionalismo exacerbado, a fin de obviar críticas u observaciones que puedan hacer Estados y, sobre todo, organizaciones internacionales de defensa de los derechos humanos.
- Que la noción de democracia está superada, imponiendo la idea que la modernidad exige otro sistema político, que el propio dictador lo ha llamado, de modo contradictorio, “democracia de partido único”, buscando así, destruir la democracia e instaurar un régimen dictatorial personalista, prácticamente, en nuestro caso, de aires sultanescos (confirmado ello por el disfraz de rey moro que utilizó Bukele el 1 de junio).
- Que la oposición política es “rabiosa”, insistiendo en la descalificación de las voces críticas, como si de un peligro se tratara la crítica política, social o jurídica.
- Que las medidas adoptadas por el dictador continuarán, así consistan en una masiva violación de los derechos humanos más básicos y elementales, ya que de lo contrario, hasta los opositores “estarían muertos”.
Aunque al dictador jamás le ha interesado cumplir con la Constitución -la que sabemos no le interesa, quizá no ha leído y con certeza no ha entendido-, es útil recordar que, como parte de un sistema democrático, el ordinal 3º del artículo 168 de la Constitución dispone que es atribución y obligación del Presidente de la República, “Procurar la armonía social, y conservar la paz y tranquilidad interiores y la seguridad de la persona humana como miembro de la sociedad”.
El discurso del dictador está en frontal contradicción con sus obligaciones constitucionales, pues en lugar de hacer un llamado a la unidad nacional, a proponer acciones que posibiliten que todos los sectores sociales y económicos actúen en forma conjunta, lo que aquél impone es el discurso único, exige obediencia absoluta y descalifica moral, social y políticamente a la oposición y a las voces críticas.
Se trata de una estratagema muy conocida de los populistas, como bien lo señalan Levitsky y Ziblatt en su famoso texto “Cómo mueren las democracias”: “Los demagogos atacan a sus críticos con términos severo y provocadores, tratándolos como enemigos, como elementos subversivos e incluso como terroristas”.
Por ello, lo que el dictador busca al atacar a las voces críticas y anunciar incluso, de modo implícito, muerte, es generar un ambiente social de miedo, pánico y desconfianza mutua entre los ciudadanos.
Así, en definitiva, la medicina amarga que prometió Bukele no es únicamente la emisión de medidas económicas, sino también prometió más odio y más represión.
Abogado constitucionalista.