En el momento que las mascarillas fueron opcionales, decidí que era hora de volver a mi profesión: ser educadora. Preparé mi currículum, lo mandé a un par de universidades, a unos centros de idiomas y pensé que todo estaba listo. Lo que tengo es una lista de lugares dónde lo vieron y de allí no pasó. Una reclutadora, más amable que el resto, me llamó a su oficina y me preguntó por qué estaba aplicando a un puesto de maestra; que yo tenía un buen currículum, que buscara una ONG, que “regresar a ser maestra” era “retroceder en mi carrera”. Me estoy dejando crecer las canas, así que no sabía si sonreír o mostrarme compungida, porque me estaba hablando como que fuera su abuelita. Me quedé con ganas de decirle que ELLA no entendía. ¿En qué estaba retrocediendo? Yo pensaba que ser maestra era una carrera, y ser gerente, un puesto. Pero, bueno…
Fui maestra de aula durante 25 años. Trabajé en colegios de ricos , de clase media y trabajé con educación rural y perirural .Trabajé en colegios religiosos y laicos. También fui docente universitaria y Gerente de un Centro de Idiomas. Pero tanto mi DUI como mi mente, dicen “Profesora en Inglés”…eso es lo que soy.
Me especialicé en Educación Especial en Chile. Luego, como Terapista Educativa aquí en El Salvador. Trabajé en terapia educativa en aquellos gloriosos tiempos dónde las psicopedagogas leíamos los Conners y los Wisk que nos mandaban las psicólogas, y trabajábamos por años con los alumnos ayudándoles a compensar. Mis alumnos presentaban necesidades diferenciadas de aprendizaje: Autismo , Asperger, Autismo Funcional,entaban Procesamiento Lento, Dislexia, Discalculia, Disgrafía…ustedes digan.
Para mí, ser maestra, o educadora, fue algo que escogí hacer, desafiando a mi padre, al convencionalismo social, a la gente que me dijo que era “demasiado inteligente para estudiar educación” (uno de mis ex compañeros) y los que de frente me dijeron que estaba loca, que me iba a morir de hambre. Recuerdo que una vez, mis alumnos me preguntaron “¿y entonces, Miss, usted que quiso ser?”. Cuando les dije que no entendía la pregunta, me dijeron: “Es que el profe tal quiso ser Ingeniero, pero da matemáticas. Y la seño tal quiso ser pintora, pero da arte. ¿Qué quiso ser usted?”. Creo que les costó creerme que nunca quise ser nada en la vida, más que una vil y silvestre profesora de literatura.
La verdad es que si volviera a escoger que hacer en mi vida, volvería a ser maestra, con todo y los casi siete años que me tomó sacar mi Licenciatura, gracias a las mil reformas de la Ley Universitaria, de la Carrera Docente y etc. La mayor parte de mi vida trabajé en Bachillerato y debo confesar que muchas veces me reía a carcajadas después de dedicarles algunas frases célebres a los “bien portados”. Con mis alumnos leímos Shakespeare, escribimos poemas, discutimos los derechos de la mujer y la justicia social. Recuerdo que en cierta escuela pudiente, un grupo investigó acerca del Ché Guevara para una clase de gobierno comparativo. Ese día llegaron a arreglar mi computadora y el encargado sólo se le quedó viendo al póster. “Bueno”, me dijo, “nunca pensé ver eso aquí”.
Mis alumnos enriquecieron mi vida. Por un tiempo trabajé con el equipo del Tazón del Conocimiento, que eran los alumnos más aventajados de la Escuela. Dimos grand tours por toda Centroamérica. En otro colegio fui la encargada del coro (nadie más quería, no crean que soy virtuosa) y me llevé a los futuros bachilleres a su viaje de graduación. Con mis alumnos construí casas, vendí pasteles, corregí ensayos donde el personaje moría en el capítulo cuatro para resucitar en el seis (“NO LEÍSTE ESE LIBRO”, escribí en la rúbrica), y lloré y reí con ellos. Tuve alumnos con muy pocas posibilidades económicas, pero que eran muy felices y tuve alumnos millonarios que tenían vidas desastrosas. Ser maestra hace que uno rompa cualquier esquema mental.
A lo largo de los años, me he mantenido en contacto con la mayoría de ellos. Debo decir que muchos, por los que nadie daba un cinco, son ahora muy exitosos. Tengo ex alumnos banqueros, monjas, Miss Mundos, sacerdotes, políticos, abogados, pastores y también maestros. Cuando me ven, soy la Miss Marón o la Carmen. Todos son un recordatorio que vale la pena invertir en el futuro.
Pero eso es un poco difícil de explicar cuando pensamos que el éxito es “ser gerente” o “cuando ser maestro” es una carrera de segunda. Ser maestro es un privilegio y una responsabilidad, pero también uno de los privilegios más grandes de la vida. Por eso, aunque me digan que “estoy retrocediendo en mi carrera”, yo discrepo. Yo más bien, siento que fui bendecida con poder cumplir con todas las metas que me había propuesto profesionalmente. En algún momento, encontraré un lugar donde entiendan lo importante que es ser maestra, y entonces, me dedicaré unos años más a hacer lo que amo…
Maestra.