El 22 de junio, Día del Maestro. Para mi generación, una fecha tan importante como el Día de la Madre y el Día del Padre. ¿Es ahora lo mismo?
Posiblemente los maestros sean celebrados hoy con mayor estrépito, bulla, cantos y bailes de dudoso buen gusto, a insoportable volumen, unido a todo aquello que, para muchos, significa alegría. Pero ¿es eso lo que ellos merecen?
El Maestro, sí, con mayúscula, merece, ante todo, respeto. Y es notorio cómo en la actualidad se irrespeta absolutamente a quienes ejercen esa loable profesión.
Irrespeto por parte de las autoridades del país, que los ningunean, evitando tomarlos en cuenta para elaborar los programas educativos, de los que son parte vital. Mal pagados, mal preparados, inmotivados, muchas veces, incluso, amenazados. Obligados a callar los infinitos males que padece nuestro sistema educativo, la falta de material didáctico, lo deteriorado de los locales en que funcionan las escuelas, la carencia de lo más básico, incluyendo baños, agua potable, electricidad. Hay escuelas que, muy lejos de ser “templos de la enseñanza” son peligros inminentes para la vida de alumnos y maestros, por la situación deplorable en que se encuentran.
Irrespeto por parte de los alumnos, quienes han llegado incluso a golpear a sus maestros al ser reprendidos por sus malas acciones o por desatender sus estudios. Son casos aislados, pero existen, una muestra de la absoluta descomposición social que padecemos. Por eso, la Vice Rectora de la Universidad Nacional se quejaba de que llegan aspirantes a universitarios “que ni siquiera saben leer ni escribir”. ¿Cómo, entonces, se graduaron de bachillerato? Posiblemente porque tenían amenazado al profesorado, y ahora las amenazas deben tomarse en serio; antes, un alumno enfadado molía un yeso y lo esparcía en la silla del profesor para que se ensuciara el pantalón. Y, si el enojo era mayor, sustituía el yeso por un chicle. Actualmente, las “venganzas” son al estilo mafioso, de las que leemos en la página roja de los periódicos y no en los artículos de opinión.
Irrespeto por parte de los padres de familia, quizá mayormente en los colegios privados, donde los padres defienden fieramente a sus hijos ante una injusticia. Eso así debe ser, siempre que se haya comprobado que la injusticia la comete el profesor y no el hijito adorado. Ese irrespeto, además de marcar al maestro, deja profunda huella en el alumno, enseñándole que puede salir impune siempre que se lo proponga, con tal de que su circo sea creíble y sostenga sus mentiras en el tiempo. ¡Qué tristeza!
Finalmente, y lo más grave, irrespeto del maestro a sí mismo: cuando toma su trabajo para “pasar el agua”, aspirando a otras cosas, sin tomar conciencia de que tiene en sus manos la oportunidad de influenciar bien, para toda la vida, las almas y las mentes de unos jóvenes. Cuando trata a sus alumnos vulgarmente, especialmente a las niñas. Cuando no prepara sus clases ni se preocupa de estudiar él mismo todo el tiempo, a modo de ser un transmisor de conocimiento para los demás. En fin, cuando no es un buen ejemplo de vida y conducta para aquellos que tiene bajo su responsabilidad.
Debemos devolver al Maestro el respeto que se le debe, y ellos deben ganárselo.
Hoy bendigo a las monjas y a los profesores que fueron mis Maestros.
Empresaria.