María Félix murió el mismo día de su cumpleaños. Como la flor del muro, sólo duró un día. No así la eternizada flor del celuloide. María, la bella, la diva, la leyenda del cine, la de la ceja alzada, dándonos la espalda. Octavio Paz dijo de ella que nació dos veces: cuando su madre la echó al mundo y cuando se inventó a sí misma. Sobre ella dijo: “Me gusta sentirla en sus actuaciones preocupada hasta la angustia, verla entrecerrar los ojos; me gusta verla ansiosa en vez de dominante, sumisa incluso, humilde. De sus extravagancias ni hablar, no valen la pena”—agregó.
Se dice que de amores no sufrió la actriz. “Nunca busqué a nadie, nunca le rogué a nadie: me buscaban a mí; además, hombres hay muchos.” –confesó en cierta ocasión. Quizá si acaso sufrió, nunca lo dijo; “no se permitió decirlo”. Vio partir a los hombres de su vida. Quizá a ninguno lloró tanto, como a Enrique Álvarez Félix, su hijo y único descendiente. Valoraba la amistad: Eva Perón y ella se hicieron amigas: “Eva me regaló una joya, pero para mí el mejor regalo fue su amistad”, confesó. La diosa del cine fue, pues, como la flor del muro que sólo duró un día. Murió simbólicamente la fecha del mismo amanecer que la vio nacer como tímida y deslumbrante estrella. <palabrasbalaguer.facebook.com>