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Con daños a terceros

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Por Juan José Fortín-Magaña F

La democracia es el modelo paradigmático por el cual se rigen las sociedades en la actualidad. Es muy extraño encontrar países que declaren funcionar con otro sistema de gobierno y las pocas excepciones ciertamente no están presentes en el mundo occidental. Luego de varios siglos de pasar por gobiernos monárquicos totalitarios o incluso sistemas de vasallaje, hemos encontrado que quizá, aunque no perfecta, la forma de gobierno que responde mejor a la dignidad humana es precisamente esta. Sin embargo, entendiendo este principio, surge una pregunta crucial, ¿qué significa verdaderamente vivir en una democracia?

Es claro que en un sentido etimológico podemos definir democracia, como “el poder del pueblo”, es decir, el sistema de gobierno donde el poder y autoridad que se ejerce viene del pueblo soberano. Asociamos entonces, que en las democracias quienes mandan son las mayorías; y son estas quienes por medio de elecciones escogen a representantes que manejen la “cosa pública” y dirijan el rumbo de la nación. Si bien esta definición es cierta, creo que podría llevarnos a ciertas ambigüedades que permitan el abuso de las mayorías sobre las minorías. Se puede apreciar este fenómeno claramente cuando un régimen por vía democrática se instala y utiliza su poder para reprimir a ciertos grupos o individuos; justificándose en la voluntad popular expresada en las urnas. Sin embargo, una democracia real va más allá de la simple representación de la voluntad “pueblo soberano”, dado que en quién tiene que residir la fuente del derecho no es en el “pueblo” en abstracto, sino en la persona en concreto.

Cada individuo es sujeto de derecho, y no puede ser entendido de otra forma. Las visiones colectivistas que pretendan suplantar a la persona como la razón real del Estado, llevará inevitablemente a sociedades donde algunos individuos pueden ser dispensables o desechables en nombre de un “bien superior”. Esta visión errada de la democracia es precisamente la que lleva a que podamos justificar daños irreparables cometidos por el Estado. Existen ciertos derechos que para los ciudadanos deberían ser inalienables en cualquier circunstancia, como, por ejemplo, su vida, su libertad y su integridad moral. Es por eso por lo que nuestras repúblicas no solamente se rigen por la “voluntad popular”, sino que toda nuestra vida política y social está enmarcada en la constitución, que debe salvaguardar nuestra dignidad.

Si un Estado con la excusa o la razón de protegernos o buscar el bien común, termina dañándonos injustamente, se convierte en un Estado injusto y tiránico. Basta comprender, que tan solo una vida es irreparable como para justificar que los daños a terceros inocentes son algo justificable en la lucha al crimen. Nunca será lícito como una opción de la lucha al crimen, atentar contra terceros inocentes, y cualquier acción que así resulte, debe ser reprendida y reparada. La verdadera democracia, es la forma en que aseguramos la dignidad de cada individuo de la sociedad, y el Estado debería salvaguardar esos derechos y buscar el bien común mediante ello.

Cuando una sociedad llega a perder la verdadera noción de una democracia y el derecho, se queda al borde de la tiranía. Al romper las garantías constitucionales, no importa si estamos del lado de la mayoría popular, llegará el día que podamos ser nosotros los que querremos reclamar nuestra dignidad y derechos, pero ya será muy tarde. No justifiquemos el atropello a los demás por ningún motivo; al fin y al cabo, en los demás vemos el reflejo de nuestra humanidad.

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Democracia Opinión

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