El punto alto de la libertad a escala global fue el 2007. Desde entonces hasta el 2019 hubo un declive lento en las libertades personales, civiles y económicas que experimentaba la gente alrededor del mundo y que coincidió con las consecuencias políticas de la crisis financiera internacional y el auge del populismo autoritario.
Cuando irrumpió la pandemia en el 2020, las libertades alrededor del mundo colapsaron, atrasando el nivel de libertad global por más de dos décadas y manteniéndose en ese nivel bajo durante el segundo año del COVID-19.
Ese es el panorama que dibuja el nuevo Índice de libertad humana, publicado esta semana por el Cato Institute en Estados Unidos y el Fraser Institute en Canadá. El reporte recoge 86 indicadores de libertades personales y económicas en 165 países en numerosas categorías como la libertad religiosa o de expresión hasta el libre comercio, la seguridad y el Estado de derecho.
La libertad importa por su valor inherente, pero también porque tiene una relación fuerte con la prosperidad y el progreso humano. Los países en el cuartil más libre del índice, por ejemplo, tienen un ingreso promedio per cápita (US$47.421) muy por encima de los del cuartil menos libre (US$14.157).
Por esas razones, el declive de la libertad es una mala noticia. Pero no todos los países han empeorado. Durante 20 años, por ejemplo, Taiwán y Estonia han incrementado notablemente sus libertades. En realidad, alrededor del mundo se sigue dando la contienda permanente entre libertad y poder. El reporte –del que soy coautor junto con Fred McMahon, Ryan Murphy y Guillermina Sutter Schneider– nos ayuda a entender esa lucha dramática.
El juicio contra el magnate Jimmy Lai que empezó en Hong Kong esta semana, por ejemplo, representa la impresionante pérdida de libertad de un territorio que tan solo en el 2010 era la tercera jurisdicción más libre del mundo. Lai ha sido encarcelado por solo pedir la autodeterminación y que se respeten derechos básicos como la libertad de expresión.
Según el Índice de libertad humana, en la última década y media, solo Siria y Nicaragua han experimentado declives de libertad mayores al de Hong Kong. Las caídas han sido especialmente fuertes respecto de su Estado de derecho, libertad de expresión y libertad de asociación y reunión, rubro en el cual ocupa el puesto 146 en el índice. Dadas estas tendencias, podemos esperar un mayor deterioro en la libertad económica del territorio en el futuro.
En América Latina y el Caribe, Chile, Costa Rica y Uruguay ocupan los primeros lugares. Nicaragua y Venezuela están al final de la lista (no medimos Cuba por falta de datos confiables). El Perú ocupa el puesto 7 a escala regional, y 54, a escala global.
El índice muestra que Argentina ha vivido un declive notable de libertad durante los últimos 20 años en los que el peronismo ha predominado. En el 2000, Argentina se encontró en el puesto 41 en el índice y cayó al 77 en el reporte actual. Pero es respecto de la libertad económica donde Argentina ha sido un fracaso total. En esa medición se encontró en el puesto 40 en el 2000 y ahora ocupa el puesto 158. La crisis económica argentina y el auge de un Javier Milei libertario no nos deben sorprender.
El caso de Chile, por otro lado, nos muestra que la libertad requiere ser siempre defendida. El país acaba de perder cuatro años en dos intentos fracasados de reemplazar su Constitución a pesar de haberse convertido hace tiempo en una de las democracias más libres del mundo con mejoras envidiables en sus indicadores de bienestar humano.
Sucede que no solo el éxito importa. La ideología, las expectativas y la coyuntura política juegan papeles importantes. La contienda entre libertad y poder es permanente.