El 1 de mayo de 2021 se destituyó a todos los magistrados de la Sala de lo Constitucional. Fue un golpe de Estado. Se le llamó el 1M.
No había pasado un mes cuando alguien me dijo que debía darse por cerrado ese capítulo: La destitución se había consumado, ahora habían otros magistrados y debíamos ver hacia adelante. Palabras más, palabras menos.
El viernes 30 de abril de ese año, un día antes del 1M, el EMBI, el principal indicador del riesgo país, estaba en 5.38. El lunes amaneció en 6.49. A partir de ahí inició una escalada dramática. Llegó hasta 35 puntos y luego tuvo un insuficiente descenso.
A la fecha en que escribo esto el EMBI marca 13.03 puntos. Nunca regresamos al nivel previo al golpe del 1M. Y mientras El Salvador presenta un riesgo país de 13 puntos, Costa Rica lo tiene en 2.91, Guatemala en 2.32, Honduras en 5.42, y Panamá en 2.2.
El EMBI es una vitrina ante la comunidad internacional. En ese escaparate desde hace dos años se exhibe a El Salvador como un país significativamente más riesgoso que sus vecinos. Eso tiene consecuencias. Por una parte, ha cerrado las puertas al gobierno para encontrar financiamiento asequible en el mercado internacional; por otra, la inversión se asusta.
En el año 2022, por primera vez desde 2010, El Salvador tuvo un decrecimiento de la inversión extranjera. En definitiva, el incremento del riesgo país se traduce en finanzas púbicas más endebles, desinversión y menos empleos. Y es en ese entorno donde su familia vive.
Los números ahí están. Viendo la serie histórica del EMBI, se muestra muy claro que el punto de inflexión que comenzó a colocar a El Salvador como un país significativamente más riesgoso que sus vecinos fue el golpe del 1M. Envejecieron muy mal aquellas palabras que me dijeron hace dos años sobre dar por cerrado el capítulo de la destitución de magistrados y ver hacia adelante. El 1M sigue aquí dos años después. Es el elefante en esta habitación de 21,000 kilómetros cuadrados. Era ingenuo pensar que una afrenta tan grave a la institucionalidad no tendría consecuencias.
Romper con la Constitución no es gratis. Y tras dos años del 1M la situación parece más apremiante. El anuncio de que el presidente buscará la reelección, aun cuando la Constitución la prohíbe, no ayuda a que el mundo nos vea mejor.
Si la reelección presidencial ocurre, aun cuando la Constitución la prohíbe, es previsible lo que ocurrirá con la imagen de El Salvador. Nicaragua, ese Estado paria que está al otro lado del golfo, nos escupe en la cara cómo se percibe un rompimiento de ese calado con la Constitución.
Si la reelección presidencial se consuma, podremos decidir fijarnos en las sombras reflejadas en la pared de la caverna que nos dicen nuevamente: “Esto es un capítulo cerrado, hay que ver hacia adelante”. Pero a nuestras espaldas estará siempre la luz de la realidad. La realidad es implacable, cruel. No hay cuarteto de cuerdas que cierre el agujero en la proa del Titanic.
Más temprano que tarde la realidad nos hará sentir la importancia de respetar la Constitución. Y a quien la libertad, el Estado de Derecho y esos valores de la democracia liberal le parezcan divagaciones que repite obstinado el loquito del pueblo, la realidad le hará pagar el precio de romper con la Constitución en el lugar donde más le duele: el bolsillo. Culpará a otras circunstancias, pero el elefante del quiebre constitucional seguirá en la habitación.
Abogado.