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El oro del sueño de los montes

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Por Carlos Balaguer |

El oro llegaba entre las arenas del caudaloso Ares desde el sueño de los montes, donde estaba el mismo origen del arquero. Entonces éste veía en ellas restos de sí mismo. Él, que era un hombre extraño que buscaba los montes, pues éstos eran su suelo natal. Porque Kania -como hombre de dorado barro- estaba hecho del mismo material con que Dios modeló en los orígenes del mundo a las inmensas cumbres de fuego. “Mi destino es ir a las montañas y encontrar las fuentes lejanas donde el Ares nace y roba en sus aguas el oro de los cielos. No busco el metal, sino su dorado resplandor. No el torrente de mi sed, sino el manantial de mi grandiosa ilusión. No busco al monte, sino su grandeza. No busco -al fin- la cumbre, sino el sueño de los dioses -decía.” Un día más, un día menos, Kania volvió a dar con los mapas de Rhuna. Estaban acuñados con los sellos del Imperio, que le hacían poseedor de aquella vasta región montañosa. Reencontrar el secreto de Rhuna en los antiguos pergaminos era reencontrarse misteriosamente a sí mismo. Comprendió nuevamente que tenía que seguir tras de su propia huella y emprender de nuevo el camino hacia las tierras altas de su interrumpido viaje. Así un día, Kania salió de caza con otros arqueros y ya no volvió. Como no siempre vuelven los errantes hijos del desierto desde sus azarosas e inciertas travesías. (XXXIX)

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