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Las malas mañas de la Seguridad del Estado cubana

Nadie pensó que la historia del exilio cubano se prolongaría tanto tiempo. Había razones para creer, sobre todo por la realidad de un sistema fallido que sólo ha producido miseria, que la fórmula del comunismo caribeño colapsaría más pronto que tarde. Sin embargo, una vez más se comprueba que donde hay voluntad de ejercer el terror a cualquier precio una dictadura puede eternizarse.

Por Gina Montaner
Periodista

Han sido entrenados para amedrentar a la oposición democrática. Me refiero a los agentes de la Seguridad del Estado cubana que actúan en otros países con la misión de silenciar, y también de desacreditar, a quienes en la diáspora denuncian los atropellos del régimen castrista. Así ha sido a lo largo de más de seis décadas.

Nadie pensó que la historia del exilio cubano se prolongaría tanto tiempo. Había razones para creer, sobre todo por la realidad de un sistema fallido que sólo ha producido miseria, que la fórmula del comunismo caribeño colapsaría más pronto que tarde. Sin embargo, una vez más se comprueba que donde hay voluntad de ejercer el terror a cualquier precio una dictadura puede eternizarse.

La perdurabilidad de un gobierno totalitario que ha cumplido la friolera de 64 años ha provocado periódicas oleadas de éxodos en los que reconocidos opositores y disidentes han acabado estableciéndose en el destierro. De todos es conocida la historia del presidio político cubano, con célebres ex presos que fueron liberados por intermediación de figuras prominentes y gobiernos extranjeros: Armando Valladares, Ángel Cuadra, Eloy Gutiérrez Menoyo, por mencionar sólo unos pocos.

La lista de desterrados por una u otra causa es interminable y no cesa. En los últimos tiempos sobresalen los jóvenes que se dieron a conocer por las históricas protestas del 11 de julio de 2021 reclamando libertad y cambio. Tanto el tema musical de Patria y Vida como el activismo pacífico de una generación que nació bajo la doctrina castrista, llamaron la atención internacionalmente. Las imágenes de las cargas policiales el día de la convocatoria dieron la vuelta al mundo. Una vez más, el gobierno, ahora bajo la batuta de Miguel Díaz-Canel, recurría a la violencia, los juicios sumarísimos y penas draconianas para sofocar cualquier conato de cambio.

Del grupo del 11-J muchos actualmente viven en el exilio, afincados en Madrid o Barcelona. En la capital española el dramaturgo Yunior García Aguilera agita las conciencias de los menos conocedores de la realidad cubana con su obra Jacuzzi, en la que en una bañera los tres protagonistas conversan sobre la disyuntiva de una sociedad quebrantada. En Cataluña el periodista Abraham Jiménez Enoa, cuyas magníficas crónicas desde la isla para el Washington Post dejaban al descubierto el naufragio de un pueblo sin esperanzas, continúa ejerciendo un periodismo combativo que le ha valido numerosos premios. Ambos sufrieron el acoso en Cuba hasta verse obligados (bajo circunstancias distintas) a abandonar su país. El régimen siempre ha apostado por sacar de circulación a quienes lo encaran porque su continuidad depende del sometimiento impuesto a la población.

Desde el exilio figuras como Aguilera, Jiménez Enoa y otros representantes de su generación han tomado el relevo de exiliados (muchos de ellos ya han fallecido) que a lo largo de los años han dado la batalla contra la desinformación. Ahora los más jóvenes sufren el acoso y las amenazas no tan veladas de los esbirros del gobierno que operan en el exterior desde las propias embajadas de Cuba, verdaderos nidos de la policía política y el espionaje castrista. España, en concreto, es un centro importante para la inteligencia cubana, que en ocasiones ha actuado con verdadera temeridad.

Recientemente Jiménez Enoa ha denunciado que ha sido objeto de amenazas por parte de “dos segurosos” cuando caminaba hacia su casa con su hijo de dos años. García Aguilera también apunta a actos por parte de “enviados” del gobierno cuyo objetivo es “reventar” cualquier actividad de los opositores. Es el tradicional modus operandi de la Seguridad del Estado, con la intención de intimidar a quienes gozan de tribunas y prestigio para desenmascarar las falsedades del castrismo.

En 1992, cuando se celebró la segunda Cumbre Iberoamericana en España con la presencia del mismísimo Fidel Castro y su séquito, sus matones repartieron patadas, empujones y amenazas a los opositores que se manifestaron allá donde aparecía el dictador. Siete años antes se había asilado en Madrid un viceministro de economía, Manuel Sánchez Pérez, a quien agentes de la Seguridad del Estado intentaron secuestrar en pleno centro de la capital para llevárselo de vuelta a la isla. Gracias a la intervención de los peatones que de pronto vieron un extraño movimiento, Sánchez Pérez logró zafarse y denunció los hechos en una comisaría. Unas semanas después, mi padre, el periodista y escritor Carlos Alberto Montaner, lo entrevistaba para Radio Martí en un programa que contrarió sobremanera al gobierno cubano. Ambos llegaron a recibir sendos paquetes con explosivos desactivados que se escondían en ejemplares del libro Una muerte dulce, de Simone de Beauvoir. El aviso era claro y contundente.  Mi padre llamó a la policía y denunció públicamente las maniobras del gobierno cubano. Era consciente de que la mejor manera de contrarrestarlos era no caer en la trampa del silencio.

Hacen bien Jiménez Enoa y García Aguilera en señalarles a los medios de comunicación y a las autoridades las tropelías de las que son víctimas por parte de un régimen que actúa como la mafia. En la isla podrán amordazar a fuerza de represión institucional, pero en el exterior, donde se vive y se respira en libertad, sus acciones matonescas son de juzgado de guardia. La impunidad no siempre vale. [©FIRMAS PRESS]

*Twitter: ginamontaner

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