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OPINIÓN: La locura del poder

El poder tiende a producir un sentimiento de autosuficiencia; es entonces cuando Dios debe recordar a los seres humanos su verdadera condición. Una alteración química, el rompimiento de una pequeña arteria cerebral o un diminuto virus son suficientes para perder el juicio. Entonces, el ser humano afronta su realidad: no es nada en sí mismo. Conociendo esa verdad, cada persona debería desarrollar mayor humildad y tolerancia. Principalmente aquellos que tienen en sus manos el poder formal.

Por Mario Vega

El rey de Babilonia tuvo otro sueño. Esta vez sí lo recordó, pero no encontró entre sus consejeros nadie que pudiera darle la interpretación. Ya para entonces Daniel se había convertido en el hombre de la hora, su participación política expresada en su capacidad de dilucidar misterios era ya muy reconocida. El sueño consistía en la visión de un árbol enorme que llegaba hasta el cielo. Era frondoso y lleno de frutos, las bestias del campo y las aves moraban a la sombra de sus ramas. Luego bajaba un personaje celeste que gritaba ordenando derribar el árbol y no dejar más que el tocón.


Daniel interpretó el sueño haciéndole ver al rey que el árbol era él mismo, que su grandeza había crecido hasta el cielo y su dominio hasta los fines de la Tierra. El que el árbol fuera cortado anunciaba una locura que habría de sobrevenirle y de la cual no saldría hasta que reconociera que es el Altísimo quien tiene todo el dominio y que lo da a quien él quiere. Por la misma razón, el profeta aprovechó la ocasión para exhortar al rey a que comenzara a hacer lo justo, que dejara de lado lo malo y fuera misericordioso con los oprimidos. Pero el rey no lo escuchó.


Un año después, el rey se encontraba en su palacio repasando con su mirada los símbolos del poder. El lujo, los decorados, las copas engastadas de piedras preciosas, la reverencia de sus servidores. Al asomar por las amplias ventanas pudo ver la majestuosidad de la ciudad, las calles y los acueductos que traían el agua desde el Éufrates, los jardines colgantes, una ciudad imponente. En una aserción arrogante de soberanía exclamó: “Esta es la gran Babilonia que edifiqué con mi poder y para gloria mía”.

Para las personas que poseen el poder y que lo aprecian como algo para ser utilizado de forma antojadiza y en su interés propio, la soberanía absoluta de Dios siempre es una amenaza. Que se les diga que ningún poder humano es autónomo, que siempre está sujeto y es responsable ante un poder mayor, no es, para tales personas una buena noticia. Esta vez la historia del rey de Babilonia no presenta un conflicto entre él y los jóvenes hebreos, los verdaderos protagonistas de esta narración son dos soberanos: uno en el cielo y el otro en Babilonia. El Dios soberano siempre tiene demandas para quienes han recibido el poder. Él sabe cuándo hay orgullo, crueldad y presunción.

Como resultado del enfrentamiento se desató la pesadilla del rey. Sufrió un episodio de trastorno psicológico que lo llevó a vivir en la intemperie. Bajo el rocío tendía a comer hierba como un buey. Su pelo y sus uñas crecieron sin ningún cuidado y deambuló sin indicios de racionalidad en su mirada. Los cortesanos guardaron en secreto la psicosis del rey. Todo el gobierno estaba construido alrededor de su única figura y sin él, todo se desmoronaba. Su condición no varió hasta que, después un buen tiempo, recobró la razón. Tuvo entonces que reconocer que los seres humanos son nada ante Dios y que él hace según su voluntad. Él puede humillar a los que actúan con soberbia.


El gobierno no puede ser ejercido al antojo, hay responsabilidades que se deben cumplir como las que Daniel mencionó: la justicia, la honestidad y la misericordia. La razón para cumplir con esos principios es la misma fragilidad del ser humano. El poder tiende a producir un sentimiento de autosuficiencia; es entonces cuando Dios debe recordar a los seres humanos su verdadera condición. Una alteración química, el rompimiento de una pequeña arteria cerebral o un diminuto virus son suficientes para perder el juicio. Entonces, el ser humano afronta su realidad: no es nada en sí mismo. Conociendo esa verdad, cada persona debería desarrollar mayor humildad y tolerancia. Principalmente aquellos que tienen en sus manos el poder formal.


Esta es la última vez que se menciona al rey de Babilonia en el libro del profeta Daniel. Se desconoce si su reconocimiento de la soberanía divina fue sincero o solo aparente. Al menos él tuvo la vivencia suficiente para reconocerla, otros ni siquiera eso tendrán.


Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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Cristianismo Opinión

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