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Coatepeque

Los verdaderos lujos, empero, esos que no se encuentran en los hoteles cinco estrellas, consistieron en poder compartir esa semana con los 74 misioneros (34 de ellos niños menores de 14 años, varios de ellos tan pequeños como de 4 años) sin oír una sola queja o lamento por las condiciones del hospedaje

Por Jorge Alejandro Castrillo
Psicólogo

Coatepeque es, sin lugar a dudas, una de los parajes naturales más lindos de nuestro país.  ¿Quién no ha pasado gratísimas temporadas en ese bello espejo de agua? Esta Semana Santa tuvimos una experiencia distinta: visitamos los hogares de otras familias que, por lo retirado del lugar y la pobreza en que viven, no tienen acceso fácil a los Sacramentos de la Iglesia Católica, a la Palabra de Dios ni a los oficios de la Semana Mayor. Esta vez solo apreciamos la belleza del lago durante el retiro de reflexión y crecimiento para los adultos de los veinte grupos familiares que íbamos, en la apacible quinta de una amable y hospitalaria familia, vecina de la escuela donde acampamos.

El movimiento “Fe y Alegría” fue iniciado en el país en el año 1969 por el jesuita santaneco Joaquín López y López con el lema “La educación de los pobres no debe ser una pobre educación”. Lolo fue uno de los sacerdotes masacrados en la UCA. Mis compañeros de promoción del colegio y los de otros años ayudamos activamente a esa creación del padre Lolo mediante la venta de boletos para las rifas que anualmente organizaba. ¡Cerrada era la competencia para convertirse en el grado que más tiquetes lograba vender!  Lo recuerdo hoy porque vivimos esa semana en una escuela de “Fe y Alegría”, que tiene desde pre-escolar hasta bachillerato. Además de los bien construidos salones de clase donde dormimos, cuenta la escuela con una cancha de BKB a la entrada (que permitió desarrollar el torneo de tenis ”Coatepeque Open” con los chicos); un amplio auditorio (donde nos juntábamos para la reflexión, las oraciones matutinas y nocturnas, y el rezo del Ángelus); una amplia zona al aire libre, con mesas y taburetes de cemento, donde comíamos a la sombra de vigorosos árboles de mango (que soltaban de vez en cuando sus frutos, por suerte para nosotros siempre con mala puntería, con el fuerte estruendo que nos asustaba cuando caían) y el majestuoso árbol de mamón, cuya profusa y pequeña floración cubría las mesas y el piso de tierra, caía continuamente en nuestros platos de comida (deliciosamente preparados por diestras cocineras de la zona, supervisadas por Anabella, la dulce jefa de misión y sazonados con el hambre y cansancio de las jornadas) y convocaba a un ejército de trabajadoras abejas que, desde las 5:30 a las 6:30 en punto de la mañana hacían tal zumbido que parecía el ruido de una factoría trabajando. Gracias a Gustavo, médico pediatra, esposo de Anabella y jefe eficaz de nuestra expedición nos pudimos bañar al aire libre en unas duchas de campaña que instaló con la ayuda de Raúl, ingeniero encargado de los campanazos que nos convocaban puntualmente a todas las reuniones. Gracias a ellos, como lo dijo Fernando, tuvimos el lujo de bañarnos al aire libre, a la luz de la luna, como quienes pagan por ello miles de dólares en los hoteles “Four Seasons”. Lujo de misioneros.

Los verdaderos lujos, empero, esos que no se encuentran en los hoteles cinco estrellas, consistieron en poder compartir esa semana con los 74 misioneros (34 de ellos niños menores de 14 años, varios de ellos tan pequeños como de 4 años) sin oír una sola queja o lamento por las condiciones del hospedaje; “ver a los niños jugar y correr felices, como niños, sin estar pegados a las pantallas de sus dispositivos” como dijo una agradecida madre al final de la semana; asistir a la misa del padre Oscar quien, además de estrenar la sobria y acogedora capilla de la Santísima Trinidad recientemente construida gracias al aporte generoso de visitantes del lago en la comunidad Vuelta de Oro, ha instruido a las acólitas y servidores litúrgicos para que se ocupen de todos detalles durante las misas, que no son pocos ni menores; conocer su paciente y esforzado trabajo como párroco, que sólo Dios sabe cómo hará para dividirse y tratar de estar por todos lados; estar en contacto con sus desinteresados y muy entusiastas colaboradores: Genoveva a quien Dios premió con la confesión y comunión que anhelaba desde hacía años; a Betty, madrina oficial de esos caseríos y a su padre quienes, junto a otros hermanos que nos sirvieron de guías, conocen palmo a palmo su territorio y a los vecinos; orar en la acogedora ermita, construida en 1963 en terrenos donados por la cabeza de la familia Mendoza, cuyos vástagos se ha encargado de las remodelaciones; asistir (en varios de los sentidos de la palabra) al Vía Crucis organizado por la comunidad de Santa Rosa de Lima y liderado por el padre Oscar; trabar amistad con el legionario J.L. Richard, Pater admirábilis, sacerdote desde sus  20 años, a quien Dios, sabiendo que se carcajearía tan frecuente, espontánea y genuinamente, dotó de una dentadura propia de comercial para pasta dentífrica. Lujo especial fue ver a ese fenomenal sacerdote, vestido con su cuello clerical y con su estola morada, administrando sacramentos en aquellos calores y ambientes deprimidos con la misma frescura y solemnidad como si lo estuviera haciendo en la propia Basílica de San Pedro.

Es triste palpar de cerca la pobreza de los caseríos visitados:  Los Planes de la Laguna, Santo Domingo, Las Minas, Santa Rosa 4, Vuelta Grande, Punta Arenas, entre otros. Me hizo sentir como si el tiempo se hubiera detenido antes del Concilio Vaticano II. ¿Se sienten ellos embaucados por los políticos que, en campañas electorales ofrecieron llevarles el agua que, a pesar de las tuberías instaladas, nunca llegó? Por otro lado, me dio mucho gusto escucharlos saludarse entre sí con la frase “La Paz del Señor” y, sobre todo, constatar su inmensa alegría interior a pesar de su pobreza exterior.

Me hizo recordar la primera frase de mi personal Credo: “Con toda libertad e íntima convicción, con la fuerza de la inocencia sencilla, creo en Dios” (EDH 07/10/2017)

 

 

Psicólogo/

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