Sin duda soy la persona menos indicada para abordar temas religiosos; sin embargo, percibo en la sociedad en el día a día una lejanía de Dios. Las iglesias lucen vacías entre semana, se atiborran en temporadas, la conducta del ciudadano muestra una franca lejanía con Dios, se vive “a que cada quien se salve como pueda”. Tenemos grupos en las redes sociales y de buenos días alguien envía el salmo del día, aunque esta persona sea lo más cercano al mal.
Los niños crecen cual salvajes a pesar de tener padres, y los padres, para no complicarse la vida, le dan un táctil para que ese niño haga y deshaga. Vale la pena preguntarnos ¿cómo esta nuestra relación con Dios? ¿Qué pasaría si este día muriera? ¿He hecho méritos siguiendo los pasos de Jesús o solamente soy un adicto a ritos externos? Son las iglesias más pobres las que recaudan más diezmo, mientras en las finas iglesias apenas se escucha caer las monedas “de siempre”.
Esta columna es para reflexionar y pensar nuestra relación con Dios en vez de ser una llamada de atención o el disfrute de una lectura, el lector prefiere pasar la página y ver otras cosas. Me conformo con que tan solo una persona reflexione con la lectura y que la mesa de esa familia, se aborde nuestra relación con Dios.
Dice el Evangelio de este domingo: San Marcos, Mc 6, 1-6: “En aquel tiempo, Jesús fue a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba se preguntaba con asombro: "¿Dónde aprendió este hombre tantas cosas? ¿De dónde le viene esa sabiduría y ese poder para hacer milagros? ¿Qué no es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas?" Y estaban desconcertados”.
Vale la pena traer a nuestros tiempos el impresionante mensaje y que debiera decir ¿dónde el feligrés aprendió tantas cosas? ¿De dónde le viene esa sabiduría? Hemos perdido la fe, creemos que los milagros son cosas del pasado, del olvido y básicamente oramos cual fuésemos el centro del universo y debemos de ser ¡Cristocéntricos!
“Pero Jesús les dijo: "Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa". Y no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y estaba extrañado de la incredulidad de aquella gente. Luego se fue a enseñar en los pueblos vecinos.
Nuevamente cobra vida aquel categórico refrán: “Nadie es profeta en su tierra” y nada más cierto; cada vez la humanidad ofende más a Dios, una población donde por pequeñeces soy enemigo del otro, una sed de venganza donde solo nos interesa ofender, dañar, malversar y sabemos que eso no agrada a Dios; sin embargo, durante la semana pasamos como perros y gatos, para el domingo, día que ya no se vive con la intensidad de antes, nos apersonamos a la iglesia como si fuese una obligación, personas a las que poco les importa que el celular interrumpa esa sagrada misa que es la misma de hace dos mil años, tenemos que salir cambiados para ser mejores seres humanos entonces nos convertimos en falsos profetas, incapaces de lograr una empatía con el preferido de Dios, importa más al final de la misa dominical los saludos con un parecido a los dos besos que se dan en Francia y quedarnos en vida social no es malo ni nada por el estilo pero podemos buscar cómo mejorar y un poco ayudar al pobre, al indigente, al necesitado.
No la tenemos fácil, solo el día en que veamos en los ojos del desfavorecido la imagen de Cristo y caminemos hacia ellos, seremos profetas en nuestra tierra, en nuestra iglesia y en nuestras casas. Me decidí escribir sobre este tema para marcar una pequeña diferencia de los temas que nos complican día a día y que nos roban la paz al final reflexiono y me pregunto ¿me estoy autoevaluando? Que Dios nos bendiga a todos.
Médico.