Este año el pueblo católico salvadoreño y los de aquellas Iglesias Históricas que celebran el inicio de la Cuaresma tendrán que elegir entre ir a cenar con su pareja o guardar el ayuno de Miércoles de Ceniza. En la Iglesia, la ceniza nos habla de arrepentimiento y conversión. Desde hace unos años, la conocida fórmula “Polvo eres y en polvo te convertirás” ha dado paso a la otra fórmula: “Conviértete y cree en el Evangelio”, en las buenas noticias de Jesús para la humanidad. Esta última, a mi parecer, nos plantea un mayor reto tanto en nuestra vida espiritual como en nuestra vida diaria, pues una no puede estar separada de la otra.
Muchos piensan que creer en el Evangelio es para la gente tonta; la gente que vive en algún plano espiritual extraño dando la otra mejilla, dejando que le quiten la túnica, permitiendo que el mundo los pisotee porque buscan cosas tan ridículas como ser pacificadores, misericordiosos y justos. Sin embargo, si se lee todo el capítulo 5 del Evangelio según San Mateo, es fácil darse cuenta de que el llamado no es a ser tontos o débiles, sino a ser distintos a lo que el mundo ve como una conducta normal: rectos, probos, dispuestos a anteponer el bien del otro al propio. Es un llamado a tomar una decisión consciente de poco a poco dejar de participar en lo que se puede categorizar como maldad, buscando imitar a Jesús verdadero Dios y verdadero Hombre, porque, al final, tofo en el mundo es efímero.
“Convertirse y creer en el Evangelio” implica también reconocer el propio pecado y la necesidad que tenemos como individuos y como sociedad de tener hambre y sed de justicia, de ser misericordiosos, de ser pacificadores. Nos recalca a promover el diálogo sobre el conflicto, y a tomar una opción preferencial por lo pobres. Básicamente, el enunciado es: como es más fácil armar una guerra que acabarla, hacer lo incorrecto que lo correcto o criticar a alguien en lugar de averiguar cual es su necesidad, hagamos un propósito de demostrar nuestra fe yendo contracorriente y haciendo lo opuesto.
El reto del Miércoles de Ceniza, como decía un santo sacerdote, es no ir a que nos impongan la ceniza y complicar más el ya complicado tráfico, “para terminar el Viernes Santo con el Vía Crucis en la playa y un daiquirí o una cerveza esperándonos en la última estación”. Este reto, a la luz de los tiempos que nos toca vivir, es verdaderamente meditar en nuestras acciones y escoger un área que necesitamos trabajar. Quizás sea nuestro amor al dinero, quizás nuestro obsesivo deseo de controlar todo, o nuestra costumbre de insultar, o de demostrar nuestro poder económico o social. También, para los deprimidos, los angustiados, quizás sea un esfuerzo por tener esperanza aún contra toda esperanza, o ejercitar la confianza en ese Dios que juega con la historia y dejar que Él la escriba. Es de, en silencio, pedirle al Espíritu Santo que nos descubra las sombras de nuestro corazón. Que nos impongan la ceniza nunca debe ser meramente un acto de religiosidad popular o una manera de probar, ante el mundo, nuestra devoción.
Que el Señor nos conceda una santa Cuaresma a los que de corazón buscamos llegar a la Pascua con un poco menos de la tierra y un poco más del cielo en el corazón.
Para conocimiento general: el Miércoles de Ceniza no es obligación ir a misa, pero sí el ayuno y la abstinencia. Sin embargo, la misa da sentido a la imposición de la ceniza, que es un sacramental.
Educadora