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Mario Vega: Fe cristiana y anticorrupción

En lugar de ser un mensaje de resignación y derrota, el evangelio es una propuesta renovadora, desafiante y capaz de transformar las estructuras corruptas. Pero son los cristianos quienes tienen la responsabilidad de hacerla valer. Para ello deben informarse, investigar, organizar la presión social a favor de la transparencia, censurar el secretismo, mostrarse como ejemplos de integridad y honestidad

Por Mario Vega

¿Por qué razón deberían los cristianos comprometerse con el combate a la corrupción? Al menos por dos razones. La primera es porque el cristianismo se realiza plenamente en el amor hacia los demás, especialmente hacia los más vulnerables. Jesús expresó que lo que, a final de cuentas, determinará el destino eterno de las personas será el haber dado alimento al hambriento, agua al sediento, acogida al migrante, vestido al desnudo, atención al enfermo y visitas al encarcelado (Mateo 25:31-46). La corrupción afecta a toda la población, pero los pobres son siempre los más golpeados. Al no tener muchos recursos deben enviar a sus hijos a las escuelas públicas en las que no hay libros, papel, buenas pizarras, pupitres ni instalaciones adecuadas. Las personas con recursos resuelven el problema cambiando a sus hijos a instituciones privadas, pero el pobre no tiene esa opción. Lo mismo sucede si se habla de los hospitales públicos con todas sus carencias, de la falta de agua, de los caminos maltrechos o de la vivienda precaria. La corrupción constituye un robo a los vulnerables, aquellos con respecto a quienes se definirá si nuestro cristianismo es real o solo una parodia. Si las Escrituras establecen que «la fe sin obras está muerta», no es posible que los creyentes se mantengan indiferentes frente al despojo crónico que aflige a los pobres.

La segunda razón por la que los cristianos deberían tomar la iniciativa en la lucha contra la corrupción es por la importancia que el evangelio tiene en la erradicación del mal. Por importantes que sean el cambio de leyes y la organización de la presión de la sociedad civil para las reformas anticorrupción, las convicciones morales personales de los funcionarios, empresarios y ciudadanos serán las que en última instancia determinarán los avances o los retrocesos que se produzcan. Este es el corazón del asunto. Jesús dijo: «Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos… los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño… la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre» (Marcos 7:21-23). La lucha para reducir la corrupción debe pasar por una transformación ética profunda y uno de sus componentes básicos es la novedad de vida que propone el evangelio.

En este punto, el papel de los cristianos, como modelos de la vida nueva que hay en Jesús, se vuelve esencial. Los valores no se adquieren por medio de definiciones sino por el ejemplo impactante de quienes viven convicciones insobornables a pesar de que continuar sosteniéndolas se vuelva amenazante. Sin ganar o con perder, no cambian. Porque han renunciado a la vida egoísta para enfocarse en el servicio a los demás. Si hay corrupción es porque hay personas corruptas y corruptibles. Es aquí donde el protagonismo de las iglesias puede ser decisivo, sobre todo en un país como el nuestro en el que la mayoría de la población es creyente. Pero si las iglesias desvían la mirada o callan lo obvio, en lugar de ser transformadoras de la realidad se vuelven cómplices y preservadoras de las estructuras corruptas. Esto puede ocurrir por idolatría electoral, por ser parte interesada en los sobornos, por ignorancia o por simple cobardía. En cualquier caso, se trata de una escandalosa infidelidad hacia Jesús.

De manera que la corrupción no solo es una amenaza inmediata contra los pobres sino también un desafío grave para la integridad de los cristianos. Es un tema que no debe tomarse a la ligera sino con la responsabilidad que amerita. Lo que se encuentra en juego es si el evangelio posee o no la capacidad de cambiar la realidad. Los cristianos deberían invertir voluntad, conocimiento y fuerzas para erradicar este pecado que afecta a millones. Entre ellos, a muchos de sus hermanos en la fe.

En lugar de ser un mensaje de resignación y derrota, el evangelio es una propuesta renovadora, desafiante y capaz de transformar las estructuras corruptas. Pero son los cristianos quienes tienen la responsabilidad de hacerla valer. Para ello deben informarse, investigar, organizar la presión social a favor de la transparencia, censurar el secretismo, mostrarse como ejemplos de integridad y honestidad. Si no son capaces de ello, será mejor que se replanteen su identidad.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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Cristianismo Lucha Contra La Corrupción Opinión

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