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Romero y yo

Hoy, 45 años después de su asesinato, siguen siendo vigentes cada una de sus palabras, porque no eran de su autoría sino de Dios y eso le da esa vigencia, ese fuego y esa certeza cuando se le escucha en el tiempo presente; no me cabe duda de que como evangelista, predicador y líder religioso cumplió su papel de manera magistral y murió, no por culpabilidad de sus acciones, sino por el destino mismo que corren los grandes hombres que se aferraron al Evangelio

Por Rafael Domínguez | Mar 28, 2025- 14:21

Personalmente no le conocí. Cuando fue asesinado, yo aún no cumplía los 10 años y mi única referencia era lo que otros decían de él. El día de su muerte mi familia y yo ya estábamos viviendo en Guatemala y, según decía mi mamá, para escapar de la guerra, porque en El Salvador ya no se podía vivir si no era bajo riesgo; pero sí recuerdo el día de su funeral, viendo por televisión mares de personas frente a Catedral Metropolitana despidiendo a Monseñor y luego las bombas, balas, gritos y tumulto. Ese recuerdo y las referencias me lo ubicaron como el "cura comunista", que "murió por ayudar a la guerrilla", "murió porque era también guerrillero" y "así terminaban todos los que apoyaban la revolución en El Salvador". 

Años más tarde, de vuelta al país, no había relación con sus homilías ni con su mensaje, pero seguía siendo para mí "el cura comunista" culpable de cubrir bajo su sotana las atrocidades de la guerrilla, de usar el púlpito para la arenga y la lucha de clases, promotor del comunismo y culpable también de engatusar jóvenes para adherirse a esa causa perdida de cambiar el mundo con las balas y el terrorismo.

Luego de mis años de prensa y de la pesada figura de Romero en la historia y las noticias nacionales. Nunca me interesé por conocerle; de él seguía repitiendo lo que siempre escuché. Pero un día, cuando abracé por fin el Evangelio y conocí de Jesucristo, dejé de verlo como lo que yo creía que era y poco a poco me interesé en su mensaje.

Ahora que conocía más de cerca la palabra dije "a ver si es cierto", "a ver si lo que decía coincide con lo que escrito está en mi biblia" ; ahí me di cuenta de que Romero era un hombre lleno de palabra, de amor, de coherencia bíblica, de sabiduría espiritual, un hombre lleno del Espíritu Santo, que veía incluso más allá de su religión, que lograba comprender como yo lo estaba comprendiendo, que Dios es misericordia, paz y que era y es la única oferta para encontrar lo que queremos, que es y era la única ruta para construir una nación verdadera en la que cabemos todos.

Así comencé a entenderlo y sentí la culpa de haberlo atacado, ofendido sin haberlo conocido y de repetir en su contra lo que simplemente se decía, entré en razón y pude ver lo que muchos otros miraban de él, a ese que llamaron santo, profeta y hombre esforzado por la verdad. 

Romero me demostró con hechos, con cada una de las homilías que escuché, con cada transcripción que leí, con cada una de sus claras y casi perfectas narraciones dominicales, que Dios le hablaba, que le inspiraba, que le había transformado como a mí, que le infundía el valor que nadie tuvo para enfrentar a los verdaderos enemigos del pueblo y de la nación, que era un hombre imperfecto sí, pero como todos los cristianos buscando cada día vencer sus debilidades para exaltar a aquel le que dio el nuevo nacimiento. 

Hoy, 45 años después de su asesinato, siguen siendo vigentes cada una de sus palabras, porque no eran de su autoría sino de Dios y eso le da esa vigencia, ese fuego y esa certeza cuando se le escucha en el tiempo presente; no me cabe duda de que como evangelista, predicador y líder religioso cumplió su papel de manera magistral y murió, no por culpabilidad de sus acciones, sino por el destino mismo que corren los grandes hombres que se aferraron al Evangelio, que insistieron en la verdad, en la justicia, en el amor al prójimo y señalaron la hipocresía, la falsedad, la maldad y hasta la misma falsa doctrina de la cristiandad. 

Para mí, Romero es un ejemplo a seguir en cuanto a coherencia, fe, determinación y amor por la nación, ahora que lo conozco me doy cuenta de cuánta razón la asistía en tratar de levantar una nueva forma de ver la realidad, esa que se ve desde los ojos del Evangelio que nos lleva al diseño de Dios para las naciones, pero sin la ambición personal del éxito superficial, con el único y obligado mandamiento: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.

Comunicador.

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Cristianismo Guerra Civil De El Salvador Opinión

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