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Mario Vega: ¡Que la justicia brote de la tierra!

“No tuerzas la justicia contra los pobres de tu pueblo en sus demandas legales. Manténte al margen de cuestiones fraudulentas. No le quites la vida al que es inocente y honrado, porque yo no absuelvo al malvado. No aceptes soborno, porque nubla la vista y tuerce las sentencias justas” (Éxodo 23:6-8).

Por Mario Vega

La razón fundamental de la justicia es que Dios es justo. Por la misma razón, quienes dicen creer en él deberían esforzarse por entender y emular al juez del universo. En muchos lugares de la Biblia la justicia se relaciona con los procesos que se llevan a cabo en los tribunales de justicia y, en consecuencia, los jueces adquieren una responsabilidad predominante. La exigencia divina consiste en dar a las personas un trato correcto, lo cual, es una responsabilidad personal e ineludible de cada juez.


La justicia de Dios posee dos grandes vertientes: su juicio contra los malvados y su fidelidad liberadora para su pueblo. Los dos elementos se pueden identificar en muchos lugares de las Escrituras en forma de admoniciones y advertencias. Pero ¿qué se perfila como un trato correcto?


En primer lugar, proteger la integridad de los inocentes. “No tuerzas la justicia contra los pobres de tu pueblo en sus demandas legales. Manténte al margen de cuestiones fraudulentas. No le quites la vida al que es inocente y honrado, porque yo no absuelvo al malvado. No aceptes soborno, porque nubla la vista y tuerce las sentencias justas” (Éxodo 23:6-8). Este elemento es el que en la actualidad se conoce con el nombre de debido proceso y en el que el Señor insiste en defender: “No tuerzas el derecho; no hagas acepción de personas, ni tomes soborno; porque el soborno ciega los ojos de los sabios y pervierte las palabras de los justos. La justicia, la justicia seguirás, para que vivas y heredes la tierra que tu Dios te da” (Deuteronomio 16:19-20).


En segundo lugar, la justicia debe ser apegada a la verdad. En tiempos bíblicos los casos se dirimían de manera testimonial. No existían los recursos de la criminalística moderna y los testigos eran fundamentales. Dios demandaba que los testigos fueran honestos: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” (Éxodo 20:16). Las personas no podían ser condenadas sin que se demostrara su culpabilidad. De allí el tajante rechazo de quienes se prestaban al falso testimonio: “¡Ay de los… que justifican al impío mediante soborno y al justo quitan su derecho!” (Isaías 5:22-23). El interés del Señor era establecer con firmeza lo que hoy conocemos como presunción de inocencia.


En tercer lugar, la justicia debe ser independiente, sin injerencias de poderes externos: “No harás injusticia en el juicio, ni favoreciendo al pobre ni complaciendo al grande; con justicia juzgarás a tu prójimo” (Levítico 19:15). En la justicia forense el Señor se dirige de manera directa a los jueces diciéndoles: “Atiendan todos los litigios entre sus hermanos, y juzguen con imparcialidad, tanto a los israelitas como a los extranjeros. No sean parciales en el juicio; consideren de igual manera la causa de los débiles y la de los poderosos” (Deuteronomio 1:16-17).

En cuarto lugar, la justicia debe ser valiente. Siempre que se hace lo correcto los enemigos de la verdad y la justicia reaccionarán amenazantes. Pero el Señor demanda que los jueces actúen con valentía: «No se dejen intimidar por nadie, porque el juicio es de Dios» (Deuteronomio 1:17). El lado esperanzador de esto es que el Señor estará del lado de quienes tienen la valentía de hacer lo correcto. Sencillamente porque la justicia es su complacencia, su naturaleza y su acción: “Yo, el Señor, amo el derecho” (Isaías 61:8). Lo que las personas hacen, determina aquello en lo que se convierten. Quien hace lo justo se vuelve justo, quien tuerce la justicia se vuelve un bribón. “Si obedecemos fielmente todos estos mandamientos ante el Señor nuestro Dios, tal como nos lo ha ordenado, entonces seremos justos” (Deuteronomio 6:25).


El propósito último de estas exhortaciones es el de inundar el mundo con justicia y que hacer lo correcto sea lo usual entre los creyentes. “Porque como la tierra produce sus renuevos, y como el huerto hace brotar lo sembrado en él, así el Señor Dios hará que la justicia y la alabanza broten en presencia de todas las naciones” (Isaías 61:11). Este propósito pasa por el empeño de cada creyente de desarrollar las cualidades éticas y morales necesarias para impartir justicia, así como para acompañar a las víctimas inocentes de la injusticia.


Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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Cristianismo Editoriales Opinión

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