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Soñar con un país mejor

El reino de Dios también es una utopía al lado de la cual los máximos humanos resultan ser modestos. El sueño del reinado de Dios en la Tierra es lo que hizo andar a Jesús, a los apóstoles y a los creyentes de todos los tiempos. Mientras que para muchos su propuesta resultaba ser disparatada, para ellos se convirtió en el sentido de sus existencias.

Por Mario Vega

El futuro pertenece a los visionarios. Ellos son capaces de soñar con un mundo mejor y visualizar un futuro ideal, a pesar de la oscuridad presente. Por su capacidad de ver más allá de lo cotidiano son considerados herejes. No se les perdona el atreverse a proponer un país sano de sus males. Mientras los muchos se resignan al mal presente, los pocos visionarios lo resisten y buscan caminos de transformación. Pero, aunque sus propuestas puedan sonar idealistas, no hablan de otra cosa que de lo que otros países disfrutan ya. Países que partieron de situaciones iguales o peores que la nuestra. La diferencia la hicieron las personas que entre ellos fueron capaces de soñar.


A finales del siglo XIX, Suecia era una sociedad campesina y pobre, no había suficiente comida para todos y alrededor del 20% de su población emigró hacia otros países, especialmente a los Estados Unidos. Los que decidieron quedarse sabían que vivirían condiciones difíciles, con bajos salarios y largas jornadas de trabajo. Muchos se refugiaron en el alcohol o subsistieron por medio del crimen. Vivían en casas precarias y sin calefacción. Había mucho irrespeto a las libertades individuales, racismo e incluso esterilizaciones forzadas.


Pero un grupo de visionarios creyeron que era posible construir un estado de bienestar para todos. Idearon un país desarrollado, próspero y libre. Para ello se enfocaron en tres componentes: pagar impuestos, combatir la corrupción y cuidar de los niños dándoles las mejores condiciones de vida y educación. Gracias a las personas que tuvieron la capacidad de ser idealistas, en la actualidad Suecia es lo que imaginaron: el primer lugar como mejor país para hacer negocios, el sexto lugar en el índice de competitividad mundial, una de la tasas más bajas de desempleo, el cuarto lugar del mundo con mayor igualdad de género, el cuarto lugar en el mundo como país con menos corrupción, primer lugar mundial en el área de innovación, también destaca en seguridad, libertades cívicas, transporte público, ingresos, cobertura de pensiones y habilidades lingüísticas.


Lo que ayer se consideró una utopía hoy es la cotidianeidad desde hace décadas. La diferencia la hicieron aquellos que creyeron que las cosas se podían hacer mejor y lucharon por ello. Esto también ha ocurrido en otros campos, como el de la ciencia, por ejemplo. En un tiempo pareció un ideal extravagante pensar en la posibilidad de ver imágenes del otro lado del planeta en una pantalla de la sala, tener comunicaciones a la distancia sin cables, llegar a la luna y volver a salvo al planeta. Pero nuevamente, quienes marcaron la diferencia fueron quienes fueron capaces de visualizar la utopía. Los que se atrevieron a hablar de ella, soñarla, describirla, abrazarla y caminar hacia su construcción.


Por el contrario, quienes rechazan las utopías se niegan a caminar y entonces ya no hay rumbo ni esperanza. Rechazar el ideal es resignarse a lo malo, lo cual quita todo deseo, motivación y deseo de lucha. A menos que la opción sea la de irse a otro país a buscar otros ideales, otras oportunidades, es decir, otra utopía. Irse del país dejando atrás a los que ni siquiera tienen esa posibilidad y despreocupándose por completo de lo que al país le ocurra.

El reino de Dios también es una utopía al lado de la cual los máximos humanos resultan ser modestos. El sueño del reinado de Dios en la Tierra es lo que hizo andar a Jesús, a los apóstoles y a los creyentes de todos los tiempos. Mientras que para muchos su propuesta resultaba ser disparatada, para ellos se convirtió en el sentido de sus existencias. Llegaron al punto de perderlo todo, y expusieron sus vidas por lo que consideraron era la causa suprema. A pesar de que unos ya perdieron la fe y no son capaces de levantar su mirada más allá de las limitaciones, hay otros que siguen creyendo que la historia tiene una dirección. En el esfuerzo que ponen para sumarse a ese sentido encuentran la razón del ser y viven con propósito y significado. La vida vale la pena solamente cuando hay una causa por la cual vivirla.


Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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Cristianismo Opinión

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