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Las redes sociales y las cámaras de eco

El fanatismo no desaparecerá, pero podemos evitar que controle el discurso y la toma de decisiones. Esto es importante porque el fanatismo puede ser la justificación para la persecución, la intolerancia y la supresión de otras visiones del mundo. Como cristianos, tenemos la responsabilidad ética de preservar el espacio para ver al prójimo como humano.

Por Mario Vega

El fanatismo ha estado presente en todas las épocas, pero ha tomado diferentes formas según el contexto histórico. En la era digital su alcance y poder han aumentado exponencialmente. Lo que antes dependía de estructuras jerárquicas ahora se expande de manera descentralizada a través de internet y los medios de comunicación. Pero ¿cómo opera el fanatismo en la actualidad? ¿por qué sigue creciendo incluso en sociedades que presumen de ser racionales y democráticas? Y más importante aún, ¿es posible combatirlo sin caer en la misma trampa de dogmatismo y polarización?

Antes las creencias extremas necesitaban estructuras organizadas para propagarse, ahora basta con un algoritmo. Las redes sociales han facilitado la formación de las llamadas «cámaras de eco», que son espacios donde las personas solo interactúan con aquellos que piensan igual, el resultado es un proceso de radicalización progresiva. Las plataformas crean burbujas ideológicas donde cualquier desacuerdo se interpreta como un ataque. Esto convierte el fanatismo en una identidad digital donde el individuo se define exclusivamente por su adhesión a una causa.

Aunque el avance de la tecnología ha creado un entorno nuevo para la proliferación del fanatismo, su estructura sigue siendo la misma: certeza absoluta, rechazo a la ambigüedad y necesidad de imponer la propia visión a los demás. Así, en redes sociales, el fanatismo toma la forma de culto a figuras públicas o a ideologías cerradas. Creer que la única forma válida de conocimiento es la propia y que todo lo demás es superstición es una forma de dogmatismo disfrazado de racionalidad. Ejemplo claro de esto son las guerras culturales en internet donde las posturas se vuelven cada vez más extremas y cualquier intento de matizar o cuestionar una narrativa es visto como traición.

El fanatismo político ha tomado nuevas formas en el siglo XXI. Ha penetrado incluso en sociedades democráticas donde la política ha adquirido un tono casi religioso. Las ideologías ya no son simplemente posturas frente a problemas sociales o económicos, sino que se han convertido en dogmas incuestionables. Esto ha llevado a la creación de nuevas ortodoxias donde ciertos discursos no pueden ser desafiados sin consecuencias sociales graves. En estos entornos el debate es reemplazado por la censura y la complejidad es reducida a consignas emocionales. En estos casos el fanatismo no se presenta como un peligro evidente porque no viene de grupos marginales o violentos, sino de movimientos que se autoproclaman defensores de la justicia el progreso o la moralidad.

Si el fanatismo es una constante histórica ¿es posible erradicarlo? Hay estrategias que pueden ayudar a minimizar su impacto. La primera de ellas consiste en fomentar el pensamiento crítico. La educación debe enfocarse en la capacidad de cuestionar analizar y considerar diferentes perspectivas. No basta con transmitir información, es necesario enseñar a pensar. La segunda consiste en promover la duda como virtud. En lugar de ver la incertidumbre como un problema debemos aceptarla como una parte inevitable de la condición humana. La duda es el antídoto contra el dogmatismo. La tercera es la exposición a la diversidad de ideas. La polarización se alimenta de la ignorancia del otro. Cuanto más cerradas son las burbujas ideológicas, más fácil es demonizar a quienes piensan diferente. La cuarta consiste en separar la identidad de la ideología. Cuando las personas entienden que su valor no depende de sus creencias pueden debatir sin sentirse atacadas a nivel personal. Una quinta estrategia es la de evitar el extremismo emocional en el discurso público. Los mensajes que apelan exclusivamente a la emoción suelen ser los más efectivos en redes sociales, pero también son los más propensos al fanatismo. Es necesario recuperar la argumentación racional.

El fanatismo no desaparecerá, pero podemos evitar que controle el discurso y la toma de decisiones. Esto es importante porque el fanatismo puede ser la justificación para la persecución, la intolerancia y la supresión de otras visiones del mundo. Como cristianos, tenemos la responsabilidad ética de preservar el espacio para ver al prójimo como humano. Movimientos totalitarios como el fascismo o el comunismo extremo han demostrado cómo las ideologías pueden convertirse en dogmas absolutos donde la lealtad al partido o al líder es más importante que la realidad. Cuando se llega a ese punto, cualquier exceso puede ser justificado.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim,

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Cristianismo Opinión

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