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Una moral de otro mundo

Para el evangelio el enojarse, insultar o maldecir a otra persona es tan grave como matar. La moral de Jesús es de otro mundo y, por esa razón, produce desconcierto total. Su enseñanza va dirigida a lo íntimo, a las motivaciones iniciales. Quien mata, lo hace como culminación de su enojo. El enojo se convierte en insulto, luego desprecia al otro y desea su mal con una maldición.

Por Mario Vega

El creyente promedio tiende a pensar que el cristianismo consiste en cuidarse de las grandes faltas. No ve ninguna contradicción con su fe cuando se da licencia para practicar faltas que considera menos graves, siempre y cuando se enfoque en evitar las que considera más graves. Se siente libre de culpa si no mata y tampoco roba. Pero esta es una manera muy básica de ver las cosas, como si se mereciera una recompensa por no matar. Pues solo faltara que robara y que matara. Solo eso faltara.

Su relación con Dios es similar a la que tiene con un policía, haciendo todo lo posible para cumplir formalidades y no cometer delitos, pero sin desarrollar ninguna relación cercana y mucho menos de amor. Esa fue la razón por la que las enseñanzas de Jesús desconcertaron profundamente a quienes las escucharon. Mientras el religioso sitúa los límites de la humanización en no robar y en no matar, Jesús lo puso en un lugar muy distante al ethos en el que se desarrollan las relaciones con los demás.

Comenzó citando las enseñanzas de Moisés: «Ustedes han oído que se dijo a sus antepasados: “No mates, y todo el que mate quedará sujeto al juicio del tribunal”». Pero no matar con el fin de evitar consecuencias penales es muy poco para Jesús. Evitar matar, en efecto, marca la diferencia entre dejar de ser un animal y comenzar a ser humano. Pero ser un discípulo de Jesús ya es una dimensión muy diferente, hay que ir mucho más allá: «Pero yo les digo que todo el que se enoje con su hermano quedará sujeto al juicio del tribunal. Es más, cualquiera que insulte a su hermano quedará sujeto al juicio del Consejo. Y cualquiera que lo maldiga quedará sujeto al fuego del infierno».

Para el evangelio el enojarse, insultar o maldecir a otra persona es tan grave como matar. La moral de Jesús es de otro mundo y, por esa razón, produce desconcierto total. Su enseñanza va dirigida a lo íntimo, a las motivaciones iniciales. Quien mata, lo hace como culminación de su enojo. El enojo se convierte en insulto, luego desprecia al otro y desea su mal con una maldición. De eso al homicidio o asesinato hay un pequeño paso que tan solo aguarda las circunstancias adecuadas. Por tanto, hay que remitirse a las raíces y censurar el mal en su génesis: no enojarse con nadie.

Pero aún más, no se trata de controlar o reprimir el enojo, como muchos piensan, sino que se trata de no sentir enojo. Llegados a este punto, en toda persona honesta surgirá el reconocimiento de su incapacidad para llegar hasta donde Jesús lo pide. Cuando se experimenta esa incapacidad se va por buen camino. Plantear altas exigencias morales promueve en las personas el reconocimiento de la propia ineptitud y necesidad. Precisamente en esa condición es donde la fe obra y comienza a labrar el carácter de un verdadero cristiano que vive conforme al Sermón del Monte. Ser auténtico cristiano no es menos que eso. ¡Cuán lejos se encuentran de serlo aquellos que hacen del insulto y las maldiciones su sello personal! Quien actúa movido por el enojo es incapaz de alcanzar la altura moral de quienes Jesús considera sus seguidores.

No hay manera de evadir o diluir esta realidad. No existe ningún atenuante para creer que matar está mal, pero enojarse esta bien. En otras palabras, convivir con el pecado solo porque se lo considera pequeño. Para Jesús el mal es el mismo, la misma raíz, y el corazón de quien lo alberga está definitivamente reprobado. Sus prácticas religiosas resultan inútiles y dignas de desprecio delante de Dios. Jesús advirtió: «Por lo tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar. Ve primero y reconcíliate con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda». Si te siente molesto con alguien ¡alto! No continúes con tus rituales religiosos y tu pretendida sensibilidad. Ponle paro a tu simulación y haz lo correcto: ve y ponte en paz con esa persona. Perdona, ama y reconcíliate. Después podrás venir para ser escuchado por Dios.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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Cristianismo Opinión

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