Hay un calendario civil que marca, entre otras cosas, nuestra edad. Nuestros días y nuestros años se pueden contar fácilmente. Es como un círculo que se repite ¿eternamente?. Para nosotros los cristianos existe otro calendario bastante diferente al calendario civil, ya que marca el ritmo de nuestra espiritualidad dinámica.
El así llamado calendario litúrgico señala eventos importantes para la vivencia de nuestra espiritualidad. Su eje es la Pascua del Señor Jesús: pasión, muerte y resurrección. Es una fiesta que no tiene fecha fija, a diferencia de Navidad, que coincide con el 25 de diciembre.
La Pascua, fiesta variable en el tiempo, se celebra el domingo posterior al primer plenilunio del equinoccio de primavera, y puede caer, por tanto, entre el 22 de marzo y 25 de abril. Es el ritmo propio de la Pascua judía. En ésta sucedió la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
La iglesia católica ha organizado su calendario litúrgico alrededor de dos ejes: Navidad y Pascua. Cada una de estas fiestas está precedida de un período de preparación y seguida de otro que es continuación de la celebración. El Adviento precede a la Navidad y se compone de cuatro domingos. La Pascua es precedida por cuarenta días penitenciales. El tiempo postpascual se extiende durante cincuenta días. El tiempo “sobrante” del año litúrgico se conoce como “tiempo ordinario” y se emplea para celebrar fiestas religiosas menores: Virgen María, santos o acontecimientos especiales.
Como recurso pedagógico la iglesia utiliza colores litúrgicos: blanco para Navidad y Pascua, y sus respectivos espacios de calendario. Se utiliza el color morado para los periodos previos a Navidad y Pascua. Cuando no hay una celebración propia, se usa el color verde.
Es importante caminar al ritmo del año litúrgico. Nuestra espiritualidad cristiana no es monótona, sino que está llena de vida. Pascua y Navidad son tiempos de profunda alegría. No son simples recordatorios de acontecimientos lejanos. Cada celebración litúrgica es actualización del misterio que se celebra. Navidad será la toma de conciencia de que Dios hijo puso su morada entre nosotros. Pascua nos recuerda cuánto nos ama Jesús que entregó su vida por nosotros. Pentecostés, otro punto fuerte del año litúrgico, es la celebración del don del Espíritu Santo que habita en nuestro interior por la gracia del bautismo.
Otras celebraciones menores van jalonando el año litúrgico: diversas fiestas de María, la Madre del Señor Jesús y madre nuestra, fiestas de santos y santas, celebraciones de sacramentos como confirmación y matrimonio, etc.
Visto así el año litúrgico, se comprende que es un río inagotable de gracia que busca vitalizar nuestra relación con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y se entiende mejor el por qué estamos llamados a una santidad creciente. Es la vitalidad de Dios a nuestro favor. Somos la familia de Dios que celebra ese lazo de amor y nos hace crecer como hijos del Padre, hermanos de Jesús y templos del Espíritu Santo.
El año litúrgico viene siendo así una antesala del paraíso, meta final de nuestro peregrinar en el tiempo.
Sacerdote salesiano y periodista.