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¡Ojalá todo el pueblo fuese profeta!

Un pueblo de profetas no doblaría su rodilla delante del poder y no toleraría las justificaciones del placer y el dinero que siempre abandonan a su suerte a los débiles y marginados.

Por Mario Vega

Moisés se sintió agotado por el continuo desgaste que suponía dirigir a un pueblo exigente y poco sabio. Para ayudarlo, el Señor le instruyó para que buscara a setenta hombres que pudieran convertirse en sus ayudantes. Ellos debían ir al tabernáculo para recibir el Espíritu que los convertiría en profetas. Pero ocurrió que dos de ellos se quedaron en casa y no quisieron ir. No obstante, el Espíritu también cayó sobre ellos y profetizaron. Josué, el ayudante de Moisés, fue a pedirle que se los impidiera. Pero Moisés le respondió: «¿Tienes tú celos por mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuese profeta!».

Un profeta es alguien que conoce la palabra y el corazón de Dios, y los encarna para hacerlos vivos en su momento histórico. ¡Cuánta razón tenía Moisés al desear que todo el pueblo fuese profeta! Si así fuese, se tendría un pueblo que acogería con fidelidad las buenas nuevas de Dios con todas sus implicaciones. Sería un pueblo discípulo que seguiría a Jesús para ser luz del mundo y sal de la tierra. Un pueblo que estaría por arriba de la mentira y las ambiciones mundanas, para anunciar con valentía el evangelio a los pobres. Un pueblo con verdadero discernimiento para ver más allá de las manipulaciones y descubrir la realidad de las cosas. Una presencia viva de Jesús en un mundo divido por la idolatría y el odio.

Un pueblo de profetas sería humano y compasivo, como Jesús. Llevaría alimento a los hambrientos y sería casa de acogida para los migrantes. Se opondría a la injusticia y defendería a los inocentes. Condenaría la codicia y los abusos. Sería el pueblo de las bienaventuranzas, porque las llevaría encarnadas en su vida; porque solo de esa manera poseería las señales de identidad del profeta Jesús. Se acercaría a los marginados, a los que no tienen quién por ellos, a los que no tienen poder, a quienes se les niega su condición de humanos.

Un pueblo de profetas no estaría contento solo con sus doctrinas piadosas y sus liturgias solemnes. No se conformaría solo con poder realizar sus prácticas y entonar sus cantos mientras para otros no haya garantías ni libertades. Para un pueblo de profetas el otro sí importaría, porque lo que afecta a un ser humano afecta a todos. No estaría de acuerdo con que se sacrifique a nadie que posea la imagen de Dios, bajo la excusa de ser víctimas necesarias del bienestar de privilegiados. No se pondría del lado del poder, sino del lado de las víctimas. Seguiría el modelo de Jesús, quien se enfocó en los pequeños, en los débiles y despreciados. No se olvidaría de anunciar las buenas nuevas a los desposeídos sin limitarse a expresar sabias doctrinas y consejos religiosos.

Un pueblo de profetas no doblaría su rodilla delante del poder y no toleraría las justificaciones del placer y el dinero que siempre abandonan a su suerte a los débiles y marginados. No pondría el culto por encima del amor y tampoco situaría a Jesús en un cielo de gloria intocable; por el contrario, lo bajaría a los mercados, a la milpa y a los pasillos de los hospitales donde, abandonados, los sin fortuna aguardan por un poco de compasión. Tampoco sería ciego para ver al Jesús sufriente de las champas o al del camino de los migrantes. Los que saltan muros, los que se ahogan en los ríos y que son tomados rehenes de carteles de la droga.

En una ocasión los discípulos se acercaron a Jesús para comentarle que le habían prohibido a uno que echara fuera demonios en su nombre porque no los seguía. Pero Jesús les respondió: «No se lo prohíban; porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí». Era la manera de Jesús de decir con Moisés: ¡Ojalá todos echasen fuera demonios en mi nombre! Un pueblo así es el que Dios quiere y el que el mundo necesita. Un pueblo que sea evangelio para los necesitados. Un pueblo de profetas. ¡Que todos echen fuera demonios en su nombre y anuncien que el reino de Dios ha llegado!

¡Que todos sean llenos del Espíritu y que sean profetas!

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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Cristianismo Opinión

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