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El valor de la persona humana

Todas las personas poseen la misma dignidad inviolable en cualquier época de la historia y no depende de circunstancias especiales ni extraordinarias. Nadie está autorizado para negar ese reconocimiento bajo ninguna excusa ni razonamiento.

Por Mario Vega

La discriminación es un fenómeno complejo que nació junto con la civilización humana. Consiste en el desprecio al prójimo que se produce cuando se aceptan ideas preconcebidas en forma de prejuicios y estereotipos negativos. Esas creencias con mucha frecuencia se basan en generalizaciones sobre raza, género, religión o clase social que suelen ser incorrectas. El desconocimiento y la ignorancia pueden producir miedo o rechazo hacia lo que no se entiende. También existen desigualdades estructurales que privilegian a ciertos grupos a costa de otros. En ambientes machistas, los hombres creen valer y saber más que las mujeres. También quien tiene mejor casa y mejor vehículo ve hacia abajo a quienes carecen de ello.

En algunas sociedades la discriminación puede estar profundamente arraigada en la tradición y se produce como una reacción cultural. Quienes poseen poder o privilegios pueden también discriminar a otros para preservar su estatus social. De manera más reciente, los medios de comunicación y las redes sociales refuerzan estereotipos y prejuicios, derivando en reacciones sociales discriminadoras. El rechazo también puede producirse entre países. Los ciudadanos de países ricos ven con menosprecio a los latinoamericanos y peor a los africanos. El mal está por todas partes.

Frente al desprecio a los demás, el cristianismo se levanta para contraponer la igualdad de todos los seres humanos. Esa igualdad se fundamenta en la dignidad que toda persona posee por el hecho de ser criatura de Dios y, en consecuencia, es irrenunciable y no puede ser arrebatada a ninguna persona por ninguna razón. La dignidad de todos los seres humanos es tan esencial que la fe cristiana no es posible si se la separa de la defensa de la igualdad humana. Nadie puede presumirse un seguidor de Jesús si no es, al mismo tiempo, un férreo defensor del carácter sagrado de la vida humana. Es más, la evangelización tampoco es tal si no incluye la promoción de la dignidad de todos, especialmente quienes son discriminados y olvidados. «Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?». El compromiso militante a favor de la dignidad de todos es un aspecto esencial de la espiritualidad. Si todos reconociéramos esta verdad universal y viviéramos en consecuencia con ella, tendríamos sociedades verdaderamente justas, pacíficas y auténticamente humanas.

El valor de la persona humana deriva de que ha sido creada a imagen y semejanza de Dios. Su dignidad es tan infinita que mereció el sacrificio del único Hijo de Dios. Tan alta estima es suficiente razón para comprender el compromiso que todo cristiano debe tener con los que son más débiles y menos capacitados. La dignidad humana es un don que le corresponde a toda persona más allá de toda circunstancia, estado o situación en que se encuentre. No hay humanos descartables o sacrificables. La dignidad de cada uno debe ser defendida sin limitaciones. Todos deben ser tratados con respeto y amor, precisamente por su dignidad inalienable. Todas las personas poseen la misma dignidad inviolable en cualquier época de la historia y no depende de circunstancias especiales ni extraordinarias. Nadie está autorizado para negar ese reconocimiento bajo ninguna excusa ni razonamiento.

No importa si se trata de un blanco o de un negro, de un sabio o de un analfabeto, de un citadino o de un campesino, de un europeo o de un africano, de un católico o de un evangélico, de un hombre o de una mujer, de un sano o de un enfermo, de un rico o de un pobre, de un trabajador o de un holgazán, de un culto o de un ignorante, de un honrado o de un delincuente, todos, sin excepción, poseen el carácter sagrado y digno de la vida humana. Esa verdad, plenamente reconocible incluso para la sola razón, es la base para la primacía de la persona humana y el fundamento para la protección de sus derechos. No hay mayor contradicción a las enseñanzas cristianas que los intentos de negar tal dignidad a cualquier persona, por insignificante que pueda parecer. Cuando los cristianos se alinean con Dios para proteger a cada persona descubren otra manera de ser humanos, de ser familia, de ser pueblo, de ser creyentes.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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Cristianismo Opinión

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