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A las Asuncionistas Corazón Morado

El 15 de agosto conmemoramos el Día de la Asunción. Queridas asuncionistas, deseo que lo hayan pasado como tuve la dicha de pasarlo yo, rememorando los años dorados del colegio, agradeciendo a las monjas sus enseñanzas, recordando a cada una de mis queridísimas amigas, especialmente a las muchas que ya se nos adelantaron y, principalmente, pidiendo a Nuestra Madre Celestial, bajo la advocación de La Asunción, que nos cubra a cada una con su manto.

Por María Alicia de López Andreu
Empresaria

Hace casi 74 años, el 1 de noviembre de 1950, el Papa Pío XII proclamó solemnemente el dogma de la Asunción de María, creencia universal de la Iglesia desde los primeros siglos hasta nuestros días. Esencialmente, este dogma enseña que la Virgen María, al término de su vida natural, fue llevada al cielo en cuerpo y alma. (Es interesante la descripción que la vidente, Ana Catalina Emmerick, hace sobre sus visiones acerca del fallecimiento y posterior Asunción de la Virgen María).

La proclamación del Dogma, en la Constitución Munificentisimus Deus, tomado de Aciprensa, dice así:

"Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo".

En esa época, yo pertenecía a “las pequeñas”, como se denominaban dentro del colegio a las niñas desde Kinder hasta Tercer Grado. Y recuerdo todos los pequeños detalles materiales que, dirigidas por las monjas, preparamos para la ocasión. Por ejemplo, había en el colegio un bejuco cuyas flores, ya secas, semejaban campanitas en miniatura. Enhebramos miles de esas campanitas, poniéndolas después en listones morados, para adornar los cuellos de los uniformes de todas las alumnas, así como los de todos los asistentes a la Misa Solemne, que no pudo celebrarse en la pequeña capilla, por el tamaño, sino que fue en “la galera”, un espacio amplio, techado y colindante con patio y corredores que añadían espacio para los asistentes.

Fueron semanas de preparativos, pero no solamente externos. Como en todo evento importante, nos enseñaron que una debe prepararse principalmente con oraciones y sacrificios, teniendo siempre en mente que estamos en presencia de Dios todo el tiempo, adorándolo con nuestros pensamientos, palabras y obras.

Y, considero que el legado más importante que recibí en mis 12 años como asuncionista, fue precisamente ese: saber, sentir, palpar la presencia de Dios permanentemente en nuestra vida. Quizá, al graduarnos, creímos que las monjas nos habían educado para irnos directamente del colegio al cielo, sin pasar por este mundo, tan perverso. Pero a través de mi vida he podido comprobar que fue esa fe profunda, esa fortaleza espiritual al colocarnos y sabernos en manos de Dios, lo que constituye el instrumento más poderoso que poseemos para afrontar todo aquello que nos acontece.

El 15 de agosto conmemoramos el Día de la Asunción. Queridas asuncionistas, deseo que lo hayan pasado como tuve la dicha de pasarlo yo, rememorando los años dorados del colegio, agradeciendo a las monjas sus enseñanzas, recordando a cada una de mis queridísimas amigas, especialmente a las muchas que ya se nos adelantaron y, principalmente, pidiendo a Nuestra Madre Celestial, bajo la advocación de La Asunción, que nos cubra a cada una con su manto.

Empresaria.

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