Se lee: “La fiesta de la Transfiguración tuvo su origen probablemente en la conmemoración anual de la dedicación de una basílica construida en el monte Tabor para honrar este evento milagroso de la vida de Jesús. Se celebraba ya a finales del s. V. Según una antigua tradición, el episodio de la Transfiguración tuvo lugar 40 días antes de la crucifixión de Jesús; así, la fecha de la fiesta se fijó 40 días antes de la de la Exaltación de la Santa Cruz (el 14 de septiembre). Comenzó a celebrarse en occidente a partir del siglo IX, y fue incluida en el calendario romano por el Papa Calixto III en 1457, en agradecimiento por la victoria de las tropas cristianas contra los turcos, que amenazaban seriamente occidente, en la batalla de Belgrado del año precedente”. Sin duda, la transfiguración es una escena sorprendente y genera muchas preguntas. En este breve artículo me quiero concentrar en lo más elemental: ¿cuál es el significado de ella? Y aun así, esta no es una pregunta fácil.
Sin embargo, creo que significa esencialmente tres cosas y quizá debamos preguntarnos ¿Cuál es nuestra identidad? ¿Si nuestras vidas intentan imitar a Jesús? Todo está claro, todo; la transfiguración del hombre común es cada segundo, donde no haya espacio para el mal, que cada día sea más una imitación a Jesús y no alejarnos de él.
La Transfiguración muestra o es un ejemplo de vida, donde todos estamos con el corazón abierto, a darle un golpe de timón a nuestra vida con la única intención de imitar a Jesús. No debemos subir a ningún monte, no debemos esperar luces, no debemos creer en voces diferentes a las nuestras sino en que, en la sencillez de nuestras vidas seguir el ejemplo de vida de Jesús. Sin embargo pareciera que no nos damos cuenta, asistimos a nuestras iglesias y una vez fuera, somos ajenos al buen ejemplo de vida que tenemos que llevar, nada parece hacernos cambiar, creemos que una eucaristía será suficiente para renovar nuestras vidas; sin embargo, las cosas son diferentes, debemos transfigurar cada día y buscar lo más cerca de la excelencia en nuestra manera de vivir, imitar a Jesús y solo entonces nos daremos cuenta, que la vida en este mundo tiene como único objetivo “Amar a Dios por sobre todas las cosas” y “Amar a tu prójimo como a ti mismo”, ¿Seremos capaces de hacerlo? Debemos respondernos en nuestra mayor intimidad y conocer que, aun, en nuestra historia de pecador,
Dios nos da la gran oportunidad de vivir y llevar una vida semejante a la de Él, todo depende de lo que nosotros deseemos, de nuestro deseo de ser mejores cada día, de transfigurar de una manera para así, demostrar nuestro amor a Jesús. La transfiguración de Jesús es un evento narrado en los evangelios sinópticos de Mateo, Marcos y Lucas. En este evento, Jesús llevó a tres de sus discípulos más cercanos, Pedro, Santiago y Juan, a un monte alto.
Allí, su apariencia cambió de manera espectacular: su rostro resplandeció como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. Durante la transfiguración, aparecieron Moisés y Elías, conversando con Jesús. Este evento no solo mostró la gloria divina de Jesús, sino que también confirmó su identidad como el Hijo de Dios. Una voz desde una nube declaró: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”.
La Transfiguración es significativa porque revela la divinidad de Jesús y anticipa su resurrección. ¿Qué tan dispuestos estamos a transfigurar nuestras vidas? ¿O deseamos seguir como un barco a la deriva? Debe cada quien responderse, estos días que estamos por vivir, es una gran oportunidad de revisar el pasado y Dios con su amado hijo, nos da la oportunidad de cambiar, de ser otros, de ser verdaderos hijos de Dios.