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A cincuenta años del Pacto de Lausana

Cincuenta años después del Pacto de Lausana, debemos preguntarnos si como cristianos ¿continuamos puestos a tono con la época o, por el contrario, hemos experimentado un retraimiento a los males que Lausana trató de corregir?

Por Mario Vega

El pasado 25 de julio se completaron cincuenta años de la conclusión del Congreso Internacional de Evangelización Mundial en la ciudad suiza de Lausana. La revista Time describió al Congreso como «un foro formidable, posiblemente la reunión más global jamás realizada por los cristianos». Posiblemente lo que el periodista tenía en mente al escribir esas palabras fue el hecho de que Lausana había reunido a 2473 participantes y cerca de 1000 observadores de 150 países y 135 denominaciones evangélicas y protestantes. Pero lo más importante del Congreso no fue su amplísima representación, sino el impacto mundial que produjo y cuyas réplicas persisten hasta el presente.

Antes del Congreso se elaboraron documentos que, traducidos a varios idiomas, provocaron respuestas y reacciones que luego se sintetizaron en reelaboraciones. Uno de los temas que más se trabajó fue el referido al concepto mismo de evangelización. Se buscaba un equilibrio al enfoque superespiritualista, según el cual, el sentido de la vida actual se reduce a una preparación para el más allá. El evangelio se convierte en un medio de escape de la realidad presente y su resultado es el total desentendimiento de los problemas sociales en nombre de la «separación del mundo».

A ese trabajo previo se sumaron otras ponencias que fueron expuestas durante el Congreso y que, tras amplias discusiones, permitieron llegar a la elaboración colectiva del que se llamó «Pacto de Lausana», un documento breve, dividido en quince secciones, que resumía las conclusiones esenciales de las discusiones y que buscaba dar dirección a las iglesias en contra de un evangelio mutilado y un concepto estrecho de la misión cristiana. Para comprender la pertinencia del Pacto de Lausana, a continuación, transcribo la sección cinco relativa a «La responsabilidad social cristiana»:

«Afirmamos que Dios es tanto el Creador como el Juez de toda la humanidad. Por lo tanto, debemos compartir su preocupación por la justicia y la reconciliación en toda la sociedad humana, y por la liberación de los hombres y las mujeres de toda clase de opresión. Dado que los hombres y mujeres son hechos a la imagen de Dios, toda persona, independientemente de su raza, religión, color, cultura, clase, sexo o edad, tiene una dignidad intrínseca, por la que debe ser respetada y servida, no explotada. Aquí también expresamos nuestra contrición, tanto por nuestra negligencia como por haber considerado en ocasiones a la evangelización y la participación social como mutuamente excluyentes. Aunque la reconciliación con otras personas no equivale a la reconciliación con Dios, ni la acción social a la evangelización, ni la liberación política a la salvación, afirmamos no obstante que tanto la evangelización como la participación sociopolítica forman parte de nuestro deber cristiano. Pues ambas son expresiones necesarias de nuestras doctrinas de Dios y del hombre, de nuestro amor por nuestro prójimo y nuestra obediencia a Jesucristo. El mensaje de salvación implica también un mensaje de juicio contra toda forma de alienación, opresión y discriminación, y no debemos temer denunciar el mal y la injusticia dondequiera que existan. Cuando las personas reciben a Cristo, nacen de nuevo a su reino y deben buscar no solo exhibir sino también difundir la justicia del reino en medio de un mundo inicuo. La salvación que decimos tener debería estar transformándonos en la totalidad de nuestras responsabilidades personales y sociales. La fe sin obras está muerta».

Tiempo después, el evangelista Leighton Ford, recordando lo que el Pacto de Lausana representó, afirmó: «Si ha habido un momento de la historia en que los evangélicos se pusieran a tono con la época, de seguro ese momento debe haber sido en julio de 1974. Lausana estalló como una bomba. Fue un despertar para todos los que asistieron y para miles de cristianos que leyeron al respecto en muchos países».

Cincuenta años después del Pacto de Lausana, debemos preguntarnos si como cristianos ¿continuamos puestos a tono con la época o, por el contrario, hemos experimentado un retraimiento a los males que Lausana trató de corregir? ¿Continúa el despertar de los evangélicos a su responsabilidad social o se trató solo de un fogonazo que pronto se extinguió? En las obras que mostremos los creyentes de hoy se encontrará la respuesta a tales preguntas.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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Cristianismo Opinión

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