Del hambre en el mundo se habla hasta la saciedad. ¿Cómo es posible que haya sociedades opulentas y extensos grupos humanos sobreviviendo en la miseria? Es el escándalo de todos los tiempos. Sociólogos y economistas se rascan la cabeza tratando de descubrir causas y soluciones para esta tragedia de todos los siglos.
El evangelio presenta a Jesús multiplicando panes y peces para una muchedumbre que se le ha acercado a escuchar su Palabra. Siente compasión porque no tienen qué comer. Con el milagro todos comen hasta saciarse.
¿Resolvió Jesús el problema del hambre en el mundo? Jesús da un signo fuerte. Primero alimenta esa muchedumbre con el pan de su palabra. Luego, movido por la compasión, multiplica la poca comida que un muchacho llevaba consigo: cinco panes y dos peces. Todos comieron hasta saciarse.
La pregunta ingenua podría ser: ¿Por qué Jesús no resolvió de una vez el problema del hambre en el mundo? Ese milagro estruendoso es un signo fuerte que él nos da. El evangelista subraya algunos datos importantes. Primero, Jesús alimenta esa multitud hambrienta de su Palabra. No habían acudido al Maestro en busca de comida. Luego siente compasión por ese gentío que desfallecerán si regresan a sus casas sin comer. Provoca a sus discípulos preocupados por la crisis de la falta de comida: Denles ustedes de comer. Uno de ellos descubre un muchacho con cinco panes y dos peces, cantidad ridícula para esa muchedumbre.
¿Qué se ha de admirar más? ¿La congoja de los discípulos que presienten el gran problema que se avecina? ¿La generosidad del muchacho que se desprende de lo poco que tiene porque se lo pide Jesús? ¿La fe ciega de los discípulos que reparten esos panes y peces a una multitud hambrienta, y se maravillan de que sobre más de lo que había al principio?
Jesús no es un filántropo. Sus milagros de sanación son signos de otra realidad más profunda. Los primeros beneficiados fueron sus discípulos. Al principio, optan por la solución fácil: Despídelos, que se vayan a sus casas. Jesús los reta: Denles ustedes de comer.
Dios no es un mago que soluciona las miserias del mundo con una varita mágica. Esa solución queda en nuestras manos. La creación del mundo por parte de Dios tiene recursos de sobra. El problema somos nosotros que, con nuestra codicia, pereza o violencia, acaparamos o malbaratamos las riquezas de la creación, dejando a multitudes desprovistas de pan.
Habría que hablar también de otro pan. Ese pan que es el mismo Jesús: “Tomen y coman”. La eucaristía es el pan que nos da la vida divina que se traduce en compasión, solidaridad, amor al prójimo. A nivel macro, los políticos diseñarán proyectos para que todas las naciones tengan, al menos, el mínimo vital. A nivel micro, se tratará de preguntarnos: ¿qué puedo hacer en mi entorno social para solidarizarme con los hermanos en penuria?
Sigue vigente la orden de Jesús: Denles de comer.
Sacerdote Salesiano y periodista.