Jesús no nos piensa como simples beneficiarios de sus favores. Él busca colaboradores. En el evangelio aparece llamando por su nombre a quienes quiere asociar a su misión evangelizadora. Es una llamada personalizada, no masiva.
Cree en nosotros, nos necesita como colaboradores suyos en la tarea de anunciar el Reino de Dios. Elegidos porque valemos mucho ante él.
Hay requisitos para ser llamados. Además de convocados por nuestro nombre, nos quiere también formando un grupo de apoyo. El colaborador solitario no entra en el proyecto de Jesús. A quienes elige los quiere en grupo, en comunidad, junto a Él.
Sus colaboradores -todos los que intentamos seguir a Jesús- no somos elegidos por nuestras cualidades personales. Primero hay que ponerse en la escuela del Maestro. Dejarse embeber de su espíritu y asimilar el evangelio como estilo de vida.
Seleccionados, formados y enviados por Jesús, el colaborador no se envanece en sus cualidades naturales o presuntos logros. Es el Espíritu de Jesús quien inflama mente y corazón para afrontar una tarea que implica serias dificultades. Y gran coraje, pues se trata de expulsar demonios, abrirse a todo nuestro pequeño mundo, desapegarse de fantasías de triunfo o fama. Y armarse de coraje.
Armarse de coraje, sí, porque el mensaje es nuevo, retador, exigente y prometedor de un nuevo estilo de vida como lo encarnó de Jesús.
La fuerza de nuestra misión no radica en nuestras presuntas cualidades sino en el poder del Señor Jesús. Para que esto sea posible, es preciso el contacto vivo y constante con él. Quien nos convoca no nos deja solos, aun cuando las fuerzas del mal se levanten amenazadoras.
La vida nueva que Jesús propone se dirige en dos dimensiones. Primero, algo así como la higiene del alma. El Decálogo de Moisés está lleno de prohibiciones: no matarás, no robarás, no fornicarás… Porque el mal es dañino y puede dañarnos y hasta destruirnos. Así como somos cuidadosos con la higiene personal, lo misma vale para nuestro corazón: pureza de alma.
La otra dimensión se perfila en el Evangelio: las Bienaventuranzas. En ellas se traza un plan de vida en positivo: cómo vive un discípulo de Jesús. Cada enunciado va precedido de un calificativo sorprendente: bienaventurados, dichosos, felices los que optan por ese estilo de vida que encarnó Jesús de Nazaret.
Los rasgos que distinguen al discípulo de Jesús trazan una personalidad realizada, rica, plena, feliz: amante de la paz, compasivo, limpio de corazón, fuerte en la adversidad, sediento de santidad, solidario, de vida sobria. Es el mismo retrato de Jesús.
Jesús dice: He venido para que ustedes tengan vida, y abundante.
Sacerdote salesiano y periodista.