Si estás bautizado, tu futuro está abierto para ti. Porque recibiste el aliento de nuestro Padre Dios. Su Espíritu tomó posesión de ti y te conducirá hasta el fin de tu vida impulsándote para que te configures cada vez más con Cristo. Esa fuerza divina no se apagará jamás, a no ser que te cierres tercamente a su poderoso influjo.
El aliento de Jesús es garantía de su perdón a raudales, que te capacita para construir ese pequeño universo en que te mueves. Gracias a ese Espíritu divino que reside en tu interior, eres capaz de actualizar las palabras y gestos de Jesús condensados en el evangelio.
Tu tarea, por tanto, es formidable. Nada menos que colaborador de Jesús. Esa energía poderosa de que estás dotado te impulsa al diálogo, al encuentro, a la alegría. No te deja caer en la rutina empobrecedora. Te hace capaz de acoger a pecadores, perdonar y reconciliarte. Con ese fuego divino puedes romper hielos.
El Espíritu de Dios te permite bloquear tus miedos: falta de trabajo, enfermedad, soledad, carencias, límites, temor al cambio, individualismo, morir. Es aire puro, valor, fuerza, ensanchamiento. Tienes futuro, hay esperanza.
No hay, pues, razón alguna para el desaliento o el pesimismo. Tu presencia es valiosa en el pequeño círculo en que te mueves. Eres colaborador de Cristo Jesús y no lo puedes defraudar.
Dios es alegre y optimista. Déjate contagiar de ese precioso don. Así te convertirás en luz y calor para quienes tengan la suerte de coincidir en el camino de tu vida.
“Envía, Señor, tu Espíritu y renovarás la faz de la tierra”.
Sacerdote salesiano y periodista.