Estamos a horas para que finalice el 2023. Pocas veces se vive una fecha con tal intensidad sino fuera porque todos nuestros preparativos son más ocio que de reflexión. Podemos ser desobedientes como lo fue Eva o podemos seguir el ejemplo de la Virgen María, la primera cristiana, con su obediencia permanente hacia a Dios hasta ver a Su hijo morir en la cruz y esperar con fe inquebrantable la Resurrección.
Es momento de tomar partida por un camino, pues a los tibios no los ama el Señor. Nos hemos preguntado ¿qué metas tenemos para el 2024? ¿En qué rumbo haremos que nuestra vida camine? Todos sabemos lo que es malo; sin embargo, lo repetimos hasta la saciedad y es aquí que debemos convertirnos en portadores de la Buenanueva, ser luz en la oscuridad, ser un canto ante el silencio, ser voz ante el anonimato, ser en fin, verdaderos hijos de Dios.
Debe ser una conducta que llame a otros a imitar, donde la esperanza sea lo que nos mantenga en pie de lucha cada día, en creer que podemos hacer muchísimas cosas, que podemos cambiar nuestras actitudes y las de nuestros círculos desde la familia, amigos, vecinos y compañeros de labores y esto solo se logra si se es obediente a Dios. No la tenemos fácil; sin embargo, no podemos ser tan indiferentes y arrancar una página a un calendario signifique que tenemos vía libre para seguir haciendo desmanes. No, la esperanza debe brillar en el corazón de cada salvadoreño, se debe tener a Dios como centro de nuestra vida, ser Cristocéntricos y así podemos ni por cerca ser perfectos sino apenas cercanos a Dios.
Debe la ilusión de un país mejor ser un objetivo prioritario pero en el entendimiento que la primera iglesia a la que asistimos o vivimos en ella es el hogar; por lo tanto, lo bueno, malo o feo que estile nuestros poros no es más que una excelente o pésima conducta; la ilusión por buscar una sociedad más justa debe ser una meta, la ilusión porque cada día sea “Domingo de Adviento”, donde nuestras puertas y corazones estén de par en par a la espera de Jesús.
Nuestro nacimiento somos nosotros, a quienes Dios nos ha dado la oportunidad de ver en el ejemplo de María el modelo a seguir; es esa pureza, castidad, obediencia, humildad, mansedumbre, amante del Señor, a quien debemos seguir sus huellas como Ella lo siguió y no quedarnos en la desobediencia de Eva.
Debe reinar en nuestros corazones la positividad, entender que la vida no es un lecho de rosas ni creamos que una cara piadosa para estas fechas nos acerca a Dios. ¡Jamás! Lo que nos acerca a Dios es que seamos mansos, fraternos y a pesar de que no pasamos por tiempos fáciles, dentro de ese maremágnum buscar llegar al puerto donde nos espera Dios, pero para eso debemos haber nadado en las profundidades de la fe, y ya mansos, acercarnos a nuestro Padre con el ejemplo que debe brillar en nosotros. Debemos de convertirnos en seres de luz y ser quienes iluminamos al derrotado, al agobiado, al que ha perdido la fe. No debemos ir lejos, tanto la esperanza, la ilusión, la positividad y la fe debe ir enfocada en agradar a Dios y ¿quiénes son los preferidos de Dios? Son los niños, los pobres, los ancianos, los enfermos; no hay familia que no conozca a un enfermo, a un pobre, a un anciano y a algún niño, si ellos están gozosos por nuestra forma de tratarlos como agrada a Dios, podemos entender el evangelio de una manera sencilla pero tan clara.
Que sea el 2024 el año en que cesen el odio, la desesperanza, la migración y reinen la paz, la armonía, la gloria para y hacia Dios. En mi caso es mi propósito; sé que es una tarea muy difícil pero no imposible. Este es mi plan del 2024. “El amor a nuestra madre, la Virgen María, será el soplo que encienda en lumbre viva las brasas de virtudes que están ocultas en el rescoldo de la tibieza” (San Josemaría Escrivá de Balaguer, 492 Camino).
Médico.