Antes de empezar a escribir esta reflexión, me di a la tarea de explorar las imágenes de San José que aparecen en Youtube. Esperaba algo peor: un anciano sosteniendo en brazos a Jesús bebé. Casi todas las que encontré lo presentan como un hombre alrededor de los cuarenta años. Antes de internet, la imaginería piadosa lo presentaba como un anciano. Aún así, no quedé satisfecho.
Si los matrimonios judíos se realizaban en parejas apenas salidas de la adolescencia, María y José no habrían sido la excepción. Cuando Jesús nace, su madre María tendría diecisiete años calculados, y José andaría quizá con un par de años más. En fin, una pareja joven que se casa con todas las ilusiones del mundo.
La sorpresa la da Gabriel, el arcángel, que lleva a la jovencita María una noticia inesperada: elegida por Dios para concebir al Mesías prometido desde hacía siglos. Crisis a la vista para el joven José que advierte los signos del embarazo. Todavía no estaban formalmente casados, pero sí se había formalizado el compromiso matrimonial.
Esta vez el mensaje le llega a José en un sueño: ese bebé de María es iniciativa de Dios. “No temas asumirla como tu esposa”. Y el niño, que se llamará Jesús, será reconocido en el pequeño vecindario de Nazaret como el hijo de José.
A José, sencillo obrero, no se le han acabado los problemas. Ahora es el rey Herodes quien ha recibido una visita de alto rango: extranjeros distinguidos andan en busca de un supuesto recién nacido rey de los judíos y desean rendirle homenaje. A Herodes esa noticia no le hace gracia. ¿Un rival peligroso? ¿Quién es? ¿Dónde vive? Nadie le sabe dar razón. A grandes males, grandes remedios. Si es un recién nacido, pues a cortarle la cabeza a todo bebé de los alrededores.
Nuevo mensaje celestial: “Toma a tu esposa María y al niño y escápate a Egipto”. Egipto no está a la vuelta de la esquina. Viaje larguísimo, país pagano, otra lengua… Se calcula que allá habrá vivido Jesús toda su niñez. No la habrá pasado fácil esa familia fugitiva en un mundo totalmente extraño.
Muerto Herodes, vuelta a casa. Vuelta al anonimato. José, el obrero; María, la mujer del hogar; el niño que crece como todo niño entre juegos, trabajo y escuela.
José, el silencioso, el obediente, el responsable. No hace preguntas. No pone “peros”. Pronto desaparecerá de los evangelios sin dejar rastro. Una fe radical, descarnada, anónima.
Sacerdote salesiano y periodista.