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De ovejas y pastores

¿Y si somos la oveja perdida? ¿Dejar la presencia protectora de Jesús para aventurarnos en malezas riesgosas donde andan lobos? Sentir la cercanía cariñosa de Jesús, no porque seamos “de los buenos”, sino porque le importamos. Porque se alegra inmensamente de tenernos junto a sí.

Por Heriberto Herrera
sacerdote salesiano

Las ovejas sirven para contarlas hasta que venga el sueño, si es que estamos desvelados. Sirven también para identificar a la gente sin personalidad: gente del montón, como un rebaño de ovejas. No se hable de su lana y su carne, que siempre son bienvenidas. O para hacer poesía, pues inspira su dulce mansedumbre.

Pero no nos gustaría que nos identifiquen como miembros de ese obediente rebaño, que obedece al perro del pastor. Todo, menos ser gregarios. ¿Adónde va Vicente? Adonde va la gente.

El caso es que Jesús utiliza con frecuencia la imagen de la oveja como símbolo de un seguidor suyo. No para rebajarlo en su personalidad, sino para remarcar notas esenciales que todo seguidor suyo debe adquirir. Sus oyentes conocían de sobra ovejas y rebaños y pastores. Menos todavía buscaba Jesús poner un toque poético a su discurso evangelizador.

La parábola más “ovejuna” narrada por Jesús es aquella que cuenta el caso de una oveja perdida. ¿Por qué se perdió esa oveja? ¿Tonta, distraída, aventurera, rebelde…? El caso es que comienza a atardecer y … todas al corral. El pastor, a la puerta del rebaño, cuenta: una, dos, tres… noventa y nueve. Caray, falta una. Echa llave al corral y… a buscarla.

Metidos a pastores, ¿cómo hubiéramos reaccionado en el apuro?

 –Bah, se perdió por culpa suya. Si le pasa algo, se lo buscó. Total, me quedan noventa y nueve. Una menos… Ya es tarde para andar buscándola.

Jesús no divertía a su audiencia con cuentos y fábulas. Se trataba de enseñanzas gordas, básicas, puestas al alcance de las mentes más sencillas.

La parábola de la oveja perdida es la narración de nuestras historias personales. Sencilla como parece, plantea cuestionamientos profundos. Empezando con los dos personajes principales: Jesús y la oveja perdida.

Jesús, el buen pastor, siempre junto al rebaño. Sus ovejas. No una masa anónima. Transcurre toda la jornada junto a ellas. Cada una es de gran valor. No se resigna a abandonar la oveja extraviada. Busca y rebusca hasta que la encuentra. Y en mal estado: cansada, desorientada, hambrienta. Nada de reacciones agresivas de castigo. Hay detalles de ternura: se la echa a los hombros y la reintegra al rebaño.

Como ”encarnaciones” de Jesús, ¿quiénes son nuestras ovejas? Podría resonar en nuestra conciencia la insolencia de Caín: ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano? Mis ovejas: esposo, esposa, hijos, parientes, colegas, amigos, vecinos… Un larguísimo etcétera. ¿Dónde está tu hermano Abel?

¿Y si somos la oveja perdida? ¿Dejar la presencia protectora de Jesús para aventurarnos en malezas riesgosas donde andan lobos?

Sentir la cercanía cariñosa de Jesús, no porque seamos “de los buenos”, sino porque le importamos. Porque se alegra inmensamente de tenernos junto a sí.

Jesús no nos quiere porque seamos buenos, sino que es su amor el que nos hace buenos.

Sacerdote salesiano y periodista.

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Cristianismo Opinión

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