En estas fiestas de país celebramos la tradicional “Bajada”. Las fiestas se basan en el pasaje donde Jesús sube al monte con Pedro, Santiago y Juan y se transfigura ante ellos mientras conversa con Moisés y Elías y se oye una voz de entre las nubes que dice: “Este es mi hijo amado, escúchenlo”. Claro, están en un momento de espiritualidad. No hay duda de que ninguno de los tres quería que el momento pasara. Así que Pedro, siempre de vivo, concibió una solución: “Hagamos tres chozas” y nunca, nunca, nunca más bajemos a la realidad del mundo.
El problema es que los Tabores no son el denominador común de la vida. Son los Calvarios. No aceptar que los Calvarios son lo que todos vivimos, de una manera u otra, es lo que nos hace creer que “un buen cristiano” es alguien que no tiene problemas, que se casó con la Barbie o Ken buen católico o pastor (escoja el suyo). El problema de no aceptar los Calvarios es que, de pronto, todo se convierte en un “sentirse bien” y un “experimentar” y un afán de hacer que la congregación y la feligresía se sienta bien “para que no se vayan”.
Hace unos días vi un video por Instagram que me dejó perpleja. Era una manera de ejercitarse rezando el rosario, que se llama “SoulCore” y que, de paso, aclaraba que no era yoga. Estaba intrigada, así que lo abrí. Comenzaba con la instructora encendiendo unas velas en una mesa baja con una imagen de María y un niño Jesús . Entonces, con música, se empezaba a rezar el rosario alternando entre abdominales, posiciones de descanso y respirando hondo. Mi pregunta era: si el rosario se ha rezado caminando, sentada, parada, arrodillada y acostada a través de los siglos, ¿por qué de repente necesitamos hacerlo como una alternativa para el yoga-que no es yoga- rezándolo en un círculo, con petates de colores, en lo hacemos ejercicios de estiramiento? Porque nos gustan los Tabores, lo dulcito, la espiritualidad “in”.
Una amiga mía, evangélica, me contaba, por su lado, de una misionera que ella conocía y apoyaba. Al principio, la comenzó a ayudar económicamente, pues era salvadoreña y estaba en una zona difícil del mundo. Pero, poco a poco, empezó a notar que se arreglaba los dientes, se ponía pestañas, y empezaba a comer sólo ciertas comidas como leche de almendra y todo orgánico, amén de las fotos familiares, nuevos looks y un traslado a Estados Unidos como campo de misión. “Mirá", me dijo, “yo no sé que se necesita evangelizar tanto en Estados Unidos, pero esta niña vivió años comiendo tortillas. Simplemente le ganó la comodidad. Ahora vive mejor que yo”. A la misionera le gustó el Tabor de recibir cosas que no tenía antes. Pero mi amiga sigue viviendo su Calvario de un niño con necesidades especiales. Obvio, le dejó de ayudar.
Y el problema es que si la gente en posiciones claves se aferra a un Tabor, muchos que han aceptado su Calvario con alegría les salpica el agua sucia del egoísmo de los primeros. Si, hay misioneros que sacan dinero, pero hay muchos más que trabajan para la salvación de las almas en lugares difíciles. Sí, hay personas que quizás recen el rosario SoulCore por $9.99 la descarga del misterio en el sitio web con fondo gris chivo, pero hay muchos más que viven sus Calvarios con alegría rezando ese mismo rosario con enfermos terminales de cáncer, o sus padres mayores. La Transfiguración al final fue la manera que Jesús usó para decir “si quieren la gloria del cielo, tienen que pasar por los dolores de la tierra". Y así es. El Cristianismo no es una manera de tener plata, o asegurar nuestra salud, o encontrar marido poniendo a San Antonio de cabeza, o siquiera tener una vida “feliz”. Es conocer al Transfigurado y ser felices de conocerlo y dejar que eso se convierta en nuestra vida interior. ¿Difícil? Sííí. La lucha de una vida entera frente a miedos, injusticias, dolores, humillaciones, falta de amor y la capacidad de adquirir la fe y la certeza que algún día estaremos en un lugar mejor, y que en Cristo hay “más, mucho más”.
Quizás el mejor ejemplo de vivir un Calvario con sabor a Tabor lo vi esta semana con el Papa en Lisboa. Cuando el Papa Francisco aterrizó, fue llevado en una silla de ruedas. Como alguien que a veces tiene que usarla, me puse a pensar lo difícil que ha de ser para el aceptar que tiene que andar con alguien empujándolo. Pudo haber hecho mil cosas: impedir que filmaran su llegada, arreglar el papamóvil para “parecer” que estaba parado, ustedes digan, total era una reunión jóvenes y quizás eso los asustara o qué se yo. Pero no, se acercó a los jóvenes en silla de ruedas y en ese momento sólo pensé “me representa”. Y durante la jornada trajo alegría a tantos, porque el Calvario lo esta viviendo fuera, pero el Tabor lo tiene dentro.
Y eso se llama ser cristiano y conocer al Transfigurado
P.S. Quiero dedicarle este artículo al P. Carlos, mi Director Espiritual por muchos años, quien me enseñó acerca de los Tabores y los Calvarios. ¡Gracias, Padre!
Educadora.