La sede episcopal (del latín sedem, “asiento”) es la silla o cátedra de un obispo. También se le llama así al lugar o la ciudad, considerada capital de la diócesis, donde se encuentra la catedral. Los términos sede diocesana y sede arquidiocesana tienen el mismo significado, aunque especifican el rango de la jurisdicción en la jerarquía de la iglesia a la que pertenezcan.
El tamaño de una sede episcopal –más allá de lo geográfico- lo aporta la estatura moral de los obispos o arzobispos que han dirigido a la grey; sus cartas pastorales, su conducta, sus homilías, sus obras, su compromiso y hasta su persecución.
En el caso de la Arquidiócesis de San Salvador, hay al menos tres prelados muy peculiares que han dejado el baremo muy alto: San Oscar Romero, el arzobispo mártir; Mons. Arturo Rivera y Damas, el arzobispo de la prudencia, del diálogo y de la paz; y Mons. Gregorio Cardenal Rosa Chávez, la voz más consecuente y valiente de la Iglesia Católica contemporánea.
La silla episcopal debería ser una guía ética, una brújula que señale el camino, pese a las turbulencias y encrespadas aguas de la política. La Iglesia, sin ser un ente político partidario, siempre ha estado llamada a “denunciar” lo malo, “criticar” lo perfectible o “anunciar” las buenas ideas o noticias para que el pueblo siguiendo el evangelio encuentre el camino salvífico.
En no pocos casos, el denunciar, criticar o anunciar, despliega movimientos de persecución. En la tradición eclesial, desde Lucas 21:17 “serán odiados por causa de mi nombre”, pasando por muchas encíclicas temáticas como Inmortale Dei (1885); Iniquis afflictisque (1926); Acerba Animi (1932); Divini Redemptoris (1937) hasta las acciones martiriales in Odium Fidei el Odium Iustitiae, han configurado un modo de ser eclesial en persecución, que da sentido y hace eco del gran mártir y salvador.
Tal como señala David Burnette, “algunas veces la persecución puede ser no estructurada, ocasional y esporádica. En otros casos, puede ser un esfuerzo intencional y continuo por parte del gobierno o de otros grupos religiosos para eliminar o terminar con la presencia y testimonio de la Iglesia”. Como sea, el cristiano promedio debería: “Recordar a los presos, como si estuviéramos presos con ellos, y a los maltratados, como si nosotros mismos fuéramos maltratados (Hebreos 13:3).
El P. Ignacio Ellacuría, también testigo y mártir, nos recuerda que hay tres formas de responder ante la realidad: cargar, hacerse cargo y encargarse de la realidad. No basta con ser bueno, hay que ser consecuente con la ética del Evangelio, denunciar y actuar contra el mal.
Pero como suele suceder, hay de todo en la viña del Señor, pastores buenos que dan la vida por sus ovejas pobres y desfavorecidas y otros que se acomodan a las circunstancias y prefieren quedar bien con las estructuras de poder, y prefieren un evangelio sin daños colaterales y un modo de ser religioso a la medida o light.
Sentarse en la Cátedra de San Oscar Romero no es fácil, es una silla bastante grande e incómoda… No olvidemos que a San Oscar Romero muchos empresarios, “católicos respetables” y militares lo odiaban, no fue bien recibido en Roma y hasta sus hermanos obispos lo atacaron de modo infame. Pero el pueblo ya lo había beatificado, la Iglesia Anglicana le dio su lugar en la Abadía de Westminster y al final la misma Iglesia reconoció su martirio y santidad.
Destruir a espaldas de la gente la fachada de la Catedral “La Armonía de mi pueblo”, del artista Fernando Llort, es poca cosa si lo comparamos con una lectura sesgada y temerosa de la Constitución de la República para evitar conflictos con un gobernante que se cree dios. Probablemente el pecado sea doble.
Pero al final, con estos asuntos de la providencia y de juicios finales, muchos creyentes, seguro dirán que esto es un asunto de justicia divina o que la Iglesia mejor no debe opinar sobre asuntos políticos o mundanos; ni siquiera el Derecho Canónico faculta para leer y comprender un concepto jurídico básico. El problema, parece ser, que muchos pastores, reverendos, presbíteros, obispos y arzobispos no son ciudadanos o desconocen la historicidad de la salvación cristiana y el carácter histórico de los hechos salvíficos.
Fe y justicia es algo más que un eslogan teológico o narrativo; la relación de la fe cristiana con la razón, la política y la cultura se comprende en la praxis y en las decisiones éticas de los liderazgos eclesiales. Martin Luther King o San Oscar Romero son un ejemplo concreto de ello.
La Constitución “no dice una cosa y dice otra…”; una cosa es leerla, y otra, mal interpretarla. El Arzobispo Escobar Alas en conferencia de prensa manifestó: “Ciertamente hay seis artículos (de la Constitución) que prohíben de manera absoluta la reelección (presidencial), eso es evidente, queda prohibido, pero dicen los expertos, incluso constitucionalistas, que hay un artículo que la admite”. Entonces, quizá Charles Milles Manson, David Koresh, Jim Jones o David Duke puedan tener razón exegética y hermenéutica, porque una cosa dice la Biblia y estos psicópatas que se consideran expertos han interpretado otra cosa.
La silla es grande… requiere valentía, diálogo, reflexión, principios y oración. Hay un pasado de mucho peso como para andar de “medias tintas” queriendo quedar bien con Dios y con el diablo. A veces será más prudente guardar silencio. Pero no se preocupe, esta es una simple opinión de un agnóstico en épocas de transfiguración…
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Investigador Educativo/opicardo@asu.edu