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¿Dónde está tu hermano Abel?

"Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”.

Por Heriberto Herrera
sacerdote salesiano

El trágico relato del asesinato de Abel por su hermano Caín refleja la historia de la humanidad a lo largo de los siglos. Es penoso tener que aceptar que todos tenemos algo de Caín en nuestras venas. Es más bien dolorosa la convivencia humana a lo largo de los siglos en todos los pueblos.

Los libros de historia están plagados de relatos de exterminios, guerras, esclavitudes, explotaciones, odios, racismos. No hay mucho de qué sentirnos orgullosos de esa raíz de maldad que se esconde en nuestro corazón.

Jesús puso desnudó esta triste realidad con la parábola del buen samaritano. Una víctima, unos salteadores, unos indiferentes y – rayo de luz – alguien que se aproxima y no mide esfuerzos hasta dar una ayuda eficaz y completa a la víctima.

Aproximarse es lo contrario de escapar de la escena. El evangelio se condensa en la virtud de hacerse prójimo. No prójimo curioso (los que lamentan las tragedias humanas ante una pantalla de televisión). Sí un acercarse activo (buscar soluciones).

Acercarse movido por la compasión práctica.

Dos personas muy religiosas se sorprenden ante la víctima y escapan. Tenían razón. Según la mentalidad judía de entonces, la sangre contaminaba religiosamente incapacitando para el culto. El tercero era un hombre poco religioso, despreciado por lo buenos judíos del tiempo. A los ojos de Jesús ese es el modelo a imitar.

Enseñanza: La religiosidad sin compasión efectiva es vacía, inútil, epidérmica, falsa.

¿Con cuál personaje de la parábola nos identificamos? Es una parábola para todos los tiempos. Hoy abundan los heridos, marginados, explotados… Sociedades opulentas junto a sociedades en la miseria más inhumana. Injusticias sociales espantosas. Racismos crueles. Violencia de todo tipo.

Hay modos sutiles de dar rodeos para justificar nuestra cobardía frente a la víctima. El más común: cerrar los ojos. Negarse a ver al sufriente. Levantar muros psicológicos para no sentirse interpelado por las víctimas alrededor de nuestras confortables viviendas. Simular que no pasa nada.

Acercarse, acompañar, cuidar, sostener, consolar. Regalar cercanía. Recordemos aquellas terribles acusaciones de Jesús: Tuve hambre y ustedes no me dieron de comer…

La encíclica Todos Hermanos es una campanada fuerte para despertar de nuestro letargo de una religiosidad epidérmica e individualista y abrir ojos y corazón a nuestros hermanos heridos, que son legión.

Sacerdote salesiano y periodista.

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Cristianismo Opinión

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