Para los cristianos, la Biblia contiene la palabra de Dios al hombre. En Génesis nos cuenta cómo Dios creó el universo de la nada y creó al hombre a su imagen y semejanza. “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó” (Génesis 1, 27 – 28).
Pero el hombre quiso ser como Dios. En Génesis nos dice, en un relato simbólico, que la “serpiente” le dijo a Eva:“¿Conque Dios les ha dicho que no coman de ningún árbol del jardín? Lo que pasa es que Dios sabe que cuando coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como Dios, conocedores del bien y del mal” (Génesis 3, 1.5). Eva comió de la fruta y se la dio a Adán. Entonces “se les abrieron los ojos a los dos y descubrieron que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se hicieron unos taparrabos” (Gen. 3, 7).
Pero la “serpiente” sigue viva y el hombre con su deseo de ser como Dios. Así en 1.841, Ludwig Feuerbach publica su libro “La Esencia del Cristianismo” (Das Wesen des Christentums) y nos dice que el hombre está alienado y desposeído de algo esencial que le pertenece. Para Feuerbach, Dios es en realidad la suma de los atributos de la grandeza que le pertenecen al hombre. No es más que su creación. “La religión se ha transformado en un vampiro que se alimenta de la esencia del hombre, de su carne y de su sangre”.
En 1872, el año en que muere Feuerbach, Friedrich Nietzche publica su primer ensayo sobre la “muerte de Dios”. Dios, según Nietzche, no es más que el espejo del hombre, que ahora logra conciencia de su excepcional condición y poder. Según su personaje Zarathustra, “Dios es una idea que tuerce lo recto del hombre”.
Las ideas de Feuerbach, padre del ateísmo moderno, y de sus seguidores, han permeado y conformado nuestra sociedad. El hombre se rebela contra Dios, considera que le restringe su libertad, quiere ser como Dios, cuando en realidad está renunciando a su dignidad divina. Vivimos en una sociedad desacralizada. Somos una sociedad sin Dios. Cuando le pregunté hace unos años a un amigo español que me visitó si asistiría a misa el domingo, me dijo que no: “Esa es una costumbre de países subdesarrollados. En Europa las iglesias están vacías”. En países de Primer Mundo, en las escuelas está prohibido hacer una oración o nombrar a Dios. La legalización del aborto sin ninguna causa justificante y en embarazos en etapa avanzada es generalizada. Hemos perdido la noción de moral. El hombre tiene derecho a satisfacer sus deseos sin límite.
¿Y qué nos trajo todo este pensamiento, esta revolución? Nietzche, al final de su vida, poco antes de perder su sanidad mental, nos lo predice, convirtiéndose en profeta: “Soy el heraldo de la era trágica que vendrá. Preparémonos para la destrucción y devastación que veremos. Habrán guerras como el mundo nunca vio. Europa se verá pronto cubierta por la oscuridad”.
Ante esta “transformación” de nuestra sociedad, qué nos dice la Biblia? ¿Qué le dijo Dios a la serpiente después que le dio de comer a Eva del fruto prohibido? “Por haber hecho eso, maldita seas entre todos los animales domésticos y salvajes; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; pongo enemistad entre ti y la mujer, entre su descendencia y la tuya. Ella te herirá la cabeza cuando tú hieras su talón” (Génesis 3, 14 – 15).
Y así sucedió “para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del profeta: “Mira, la Virgen está embarazada, dará a luz a un hijo que se llamará Emanuel, que significa Dios con nosotros” (Mateo 1, 22 -23). Dios nos envió a su Hijo para rescatarnos, para enseñarnos el camino, para devolvernos nuestra adopción de hijos de Dios, para devolvernos nuestra grandeza, nuestra divinidad.
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