Dice el papa Francisco que estamos viviendo la Tercera Guerra Mundial en pedacitos. A primera lectura, parece una afirmación demasiado exagerada.
Después, mirando la geografía global, constatamos que los brotes de violencia hierven en prácticamente todo el mundo.
Algunas son guerras espantosas como la de la gigantesca Rusia contra la pequeña Ucrania. Otros son conflictos añejos de intolerancia agresiva como en las relaciones Israel-Palestina. Países árabes se desangran sin esperanza cercana. África no termina de apagar una guerra cuando comienza otra. Las naciones vecinas de Rusia la miran con recelo. Europa añora políticas represivas frente a la marea humana que busca desesperada un refugio allí. El narcotráfico en América Latina deja un imparable reguero de sangre. Centro América, y su trágico triángulo norte, aparece entre las regiones de mayor índice global de violencia.
Lo que más crispa el ambiente mundial hoy es la desigual guerra de Rusia contra Ucrania. El creciente apoyo de los países de Occidente a Ucrania crispa la posibilidad de una guerra de alcance mundial con la terrorífica amenaza de las armas atómicas y sus consecuencias inimaginables.
Hay suficientes elementos como para descorazonarse. La utopía de una convivencia pacífica y solidaria se estrella ante la realidad egoísta y cruel. ¿Quién es el ingenuo que aún cree en la paz universal?
Nosotros los cristianos reafirmamos con terquedad evangélica que la paz es posible. Que la propuesta de las bienaventuranzas de Jesús son un reto exigente y no un sueño poético.
Construir la paz no es tarea exclusiva de los grandes políticos. Nosotros, los pequeños, los de a pie, podemos (y debemos) asumir la responsabilidad de ser constructores de paz en nuestro frágil y, con frecuencia, conflictivo mundo familiar social, laboral.
Crear relaciones sanas, fomentar la convivencia, ser generadores de comunidad, perdonar sin medida. Todo como una traducción realista del mandamiento básico: Amar el prójimo.
Como educadores, que todos lo somos en diversa medida, debemos estimular en niños y jóvenes el cultivo de la paz. Una cierta dosis de fantasía creadora nos abrirá espacios para convocar a todos a ser artífices de la paz.
“Dichosos los constructores de la paz porque serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5,9).
Sacerdote salesiano y periodista.