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El rey convoca a ayuno y oración

El pecado corrompe el ejercicio del poder y lo transforma en un abuso de los derechos de los demás. Cuando eso ocurre, el poder se absolutiza o diviniza transformándose en una forma de idolatría, que debe ser rechazada por los cristianos.

Por Mario Vega

El rey Acab no quiso comer de puro capricho. Su esposa Jezabel lo notó y le preguntó por qué estaba deprimido. Él le respondió: «Porque le dije a Nabot que me vendiera su viñedo o que, si lo prefería, se lo cambiaría por otro; pero él se negó». Jezabel le replicó: «¿Y no eres tú quien manda en Israel?». La pregunta dejó en evidencia el concepto que la pareja real tenía del poder. No era para el servicio, mucho menos para la defensa de los vulnerables. Su idea era que el poder servía para alcanzar los intereses personales, vengarse de quienes no les complacieran y dar una lección sobre quién es quien mandaba. El pecado corrompe el ejercicio del poder y lo transforma en un abuso de los derechos de los demás. Cuando eso ocurre, el poder se absolutiza o diviniza transformándose en una forma de idolatría, que debe ser rechazada por los cristianos.

Jezabel escribió de inmediato cartas a nombre del rey Acab y puso en cada una el sello real. Luego las envió a los ancianos que vivían en la ciudad de Nabot. Desde el comienzo de la historia de Israel, los ancianos fueron líderes de familias y tribus. En la ley de Moisés se les hizo responsables de administrar justica y de actuar como jueces. Durante la monarquía, tuvieron un lugar destacado en la vida judicial. En otras palabras, fueron el equivalente de lo que hoy llamamos el poder judicial. Pero vemos que durante el reinado de Acab y Jezabel se encontraban completamente corrompidos, plegados al rey y dispuestos a cometer abusos si así se les pedía.

La carta de Jezabel con el sello del rey decía: «Convoquen a todos los ciudadanos a que se reúnan para hacer ayuno y oración y denle a Nabot un lugar de honor. Luego sienten a dos sinvergüenzas frente a él que lo acusen de maldecir a Dios y al rey. Después sáquenlo y mátenlo a pedradas». La primera instrucción de la carta era la orden de convocar a toda la ciudadanía para un día de ayuno y oración. Se trataba de un abuso y una manipulación de los sentimientos religiosos de las personas. Las convocatorias nacionales de oración se realizaban en Israel cuando se afrontaban problemas y crisis nacionales. Eran llamamientos sinceros que implicaban un arrepentimiento nacional. Generalmente se buscaba la defensa y protección de los inocentes, pero, esta vez, era solo una excusa para deshacerse criminalmente de una persona limpia.

El ayuno y la oración serían el telón de fondo y la excusa ideal para hacer llevar al buen Nabot a la asamblea. Exacerbadas las emociones religiosas, sería fácil manipular a las personas para que se encargaran de lapidarlo. El rey no tendría que manchar sus manos de sangre. El pueblo lo haría por él. Serían manipulados políticamente con el fin de encubrir la terrible injusticia que se estaba fraguando. Era el uso de lo sagrado para lo vil, algo intolerable a los ojos del Señor.

Como un mecanismo muy bien coordinado, los religiosos ejecutaron la orden. Ellos también eran parte de la red de corrupción imperante. De esta clase de religiosos fue que, siglos después, Jesús habría de sentenciar: «Guardaos de los escribas... que devoran las casas de las viudas, y por pretexto hacen largas oraciones. Estos recibirán mayor condenación». Lo que Dios más reprueba es el mal que se hace a sabiendas. Aquel que no entendió cuál era la voluntad de Dios hace mal, pero quien sí la entendió y aun así no la hizo, hace peor. La más solemne condenación de Dios es para aquellos que se prestan a usar lo sagrado como pretexto para encubrir el despojo del inocente.

La convocatoria surtió su efecto y los ciudadanos, sin sospechar la hipocresía que se movía entre telones, acudieron con la mejor intención. El ayuno y la oración elevaron las emociones religiosas. En el punto culminante los ancianos ejecutaron el plan para acusar a Nabot de haber maldecido a Dios. Lo que se decía de Nabot resultó chocante a los oídos de las personas dedicadas a la oración: era el momento perfecto para que no le quedara al buen hombre oportunidad de defenderse.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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Cristianismo Opinión

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