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De ganadero a profeta

Amós era completamente independiente de los intereses de la corona, en cambio, Amasías debía una absoluta dependencia al rey. El profeta era independiente y el sacerdote era asalariado. Este buscaba satisfacer las necesidades del rey y, en consecuencia, las propias, mientras que el profeta solo buscaba cumplir el encargo del Señor. Aunque esto le generara denuncias, peligro de parar en la cárcel, amenazas, insultos, incomprensión y la probabilidad de perder la vida.

Por Mario Vega

El profeta Amós vivió en un tiempo de prosperidad, pero de decaimiento ético y moral. El rey Jeroboam reinaba sobre la parte norte de Israel y había expandido las fronteras. Pero la corrupción y la idolatría también se expandían. En fidelidad a su rol, Amós denunciaba con palabras firmes no solo los lugares de culto sino también a la corona misma. El santuario principal se ubicaba en la ciudad de Betel y en ella fungía como sacerdote principal Amasías. Este era empleado de la corona y respondía a los intereses del rey antes que a los de Dios. Al escuchar la denuncia de Amós, no hizo esperar su reacción, pues, como guardián del santuario y de los intereses del rey, sus palabras le resultaban intolerables.

Amasías envió un mensaje al rey calificando las palabras de Amós como «conspiración». Dejando de lado las razones éticas y teológicas del profeta, se enfocó en lo que interpretaba como un acto deliberado de complot. El sacerdote intentaba limitar la libertad de Amós para proclamar la palabra de Dios y silenciar sus cuestionamientos morales a la forma de ejercer el poder. Pero, no contento con denunciarlo ante el rey, preocupado por callar a Amós de la manera más pronta posible, se dirigió a él y le ordenó huir. Parece que el sacerdote esperaba una reacción inmediata del rey y si Amós deseaba conservar su vida debía huir de inmediato. Si la acusación que le había hecho era de instigación en contra del rey, lo lógico es que él actuaría en su defensa para enviarlo, como mínimo a la cárcel o al exilio. Antes de que eso ocurriera Amasías le recomendaba a Amós «huye a la tierra de Judá», el lugar de donde el profeta era originario. Era una invitación a que volviera a lo suyo, que se ocupara de su Dios delante de sus adeptos y que no se entrometiera en las cosas del rey.

Amós podía seguir con su vida, incluso profetizando, pero en su propia tierra, donde su voz no descubriera maldades; pero no en Betel, porque era el santuario nacional y capital del rey. Es decir, donde su profecía ponía en riesgo al poder. ¡Y pensar que todo eso por la sola palabra del profeta! Tanto Amós como Amasías hablaban en nombre de Dios, el problema era que lo estaban haciendo en el mismo lugar. El sacerdote no ponía en duda las palabras de Amós, nunca afirmó que fueran falsas. Lo que le preocupaba era que el profeta pronunciaba sus palabras, no callaba, por tanto, debía ponerles freno.

Amós no hizo esperar su respuesta, ante la invitación a huir y renunciar a su testimonio profético respondió que él no era profeta, ni pretendía serlo: su trabajo era en el campo y con el ganado. Pero si estaba allí no era por voluntad propia, sino por encargo directo de Dios. No podía callar porque, aunque no era profeta, Dios les había ordenado hablar. La oposición de Amasías, en ese orden, no era contra el profeta, sino contra Dios, quien lo había enviado. Si el sacerdote se negaba a escuchar al profeta, se estaba negando a escuchar a Dios mismo.

La manera en que Amós y Amasías entendían su llamado y su responsabilidad ante Dios y el pueblo cambiaba radicalmente dependiendo de su condición personal. Amós era completamente independiente de los intereses de la corona, en cambio, Amasías debía una absoluta dependencia al rey. El profeta era independiente y el sacerdote era asalariado. Este buscaba satisfacer las necesidades del rey y, en consecuencia, las propias, mientras que el profeta solo buscaba cumplir el encargo del Señor. Aunque esto le generara denuncias, peligro de parar en la cárcel, amenazas, insultos, incomprensión y la probabilidad de perder la vida.

Todo esto ocurría a vistas del pueblo. ¿Cómo se sentían viendo y oyendo esta confrontación? El rey, los nobles, los hacendados y el sacerdote mismo, muy incómodos. Nada a gusto. Pero los desfavorecidos, los pobres y oprimidos, los olvidados, al escuchar un mensaje de justicia, de sentencia contra los poderes tanto civil como religioso, sabían ahora que había una voz que hablaba por ellos. Entendían ahora que había un Dios que no les había olvidado y no los desampararía.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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Cristianismo Opinión

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