Juan el Bautista, con su palabra de fuego, sembró en el corazón de los israelitas una saludable y profunda inquietud cuando les anunció que el Reino de Dios estaba próximo.
Como sus palabras eran terribles, la gente se preocupó. Por eso le plantearon la urgente pregunta: ¿Qué tenemos que hacer? ¿Qué tenemos que hacer para vernos libres de la inminente ira de Yavé Dios?
La pregunta sigue viva y acuciante: ¿Qué tenemos que hacer? Ya no pensamos tano en castigos de un Dios irritado por nuestra vida desordenada. Jesús viene a nosotros con una oferta mucho más rica que simples amenazas. Nos ofrece la oportunidad de vivir una vida de alta calidad Una vida liberada del veneno corrosivo del pecado. Una vida en la que la línea dominante sea el amor. Esa es la originalidad de la oferta de Jesús: vivir en clave de amor.
¿Qué tenemos que hacer? Adaptando el lenguaje fuerte de Juan, podemos traducirlo a nuestra mentalidad actual. La respuesta es completamente práctica: sanar nuestro corazón de toda maldad. Asumir la tarea de construir un mundo más justo. Optar por los pobres. Vivir una ética sólida en medio de un mundo injusto.
Juan el profeta poderoso buscaba sacudir a un pueblo israelita que daba por sentado que “poseían” a Yavé Dios. Esa falsa seguridad de sentirse el pueblo elegido los fue llevando a una práctica religiosa de tipo ceremonial que apenas influía en la conducta del día a día.
Ese puede ser nuestro riesgo. Reducir nuestra identidad cristiana a prácticas piadosas, tradiciones familiares, moral de mínimos. Sentirnos buenos cristianos con una conciencia anestesiada, incapaz de denunciar nuestros turbios estilos de vida ajenos al evangelio de Jesús.
Juan es concreto. Se trata de compartir con el necesitado, ser compasivos con los débiles Asumir sus necesidades. Enderezar los caminos torcidos. Cosas prácticas que no deben quedar sepultadas en un inocuo sentimentalismo religioso. Tomar el toro por los cuernos, como dice el dicho popular. Mirar de frente el pozo de maldad que envenena nuestra vida.
¿Qué tenemos que hacer? Colaborar con el Reino de Dios que se acerca. Se acerca a nuestro pequeño mundo en el que nos movemos a diario el hogar, la familia, el barrio, los amigos, la gente con quienes trabajamos. Como Juan, somos enviados para ser profetas del Reino de Dios. Que la luminosidad de la gracia en nuestra vida se esparza a nuestro alrededor Que nuestra persona, nuestro estilo de vida sea transparente y difunda el amor de Dios que ha echado raíces profundas en nuestro corazón.
¿Qué tenemos que hacer? Dejarnos bautizar por el agua y el fuego. Agua que purifica. Fuego que es la energía divina que nos saca del sopor de una vida cristiana talv4z insípida. Entonces podremos decir con corazón resuelto: Venga a nosotros tu Reino, Señor.
Sacerdote salesiano.