A Dios nadie lo vio jamás. Pero se hace visible en el amor que sus hijos prodigan a su prójimo. Se trata de un amor que va más allá de los afectos naturales hasta hacer bien a quienes los aborrecen, bendecir a quienes los maldicen y orar por quienes los calumnian. Eso es posible porque ellos mismos recibieron el amor incondicional de Dios que siempre llama a las personas a una conversión a lo justo y solidario. El llamado se produce por medio del anuncio del mensaje de la reconciliación que es el instrumento por el que Dios realiza su acción justificadora y pacificadora.
La salvación es una acción justificadora que toma a los hombres injustos para reconciliarlos con Dios, consigo mismos, unos con los otros y con la creación. También es una acción pacificadora porque elimina los odios al dar base para descubrir al otro como prójimo. Se trata de volver justos a los injustos y, en consecuencia, el anuncio de la salvación es una misión a favor de una mayor justicia entre los seres humanos, es decir, una más perfecta justicia en la sociedad. Los salvados son invitados a compartir el mismo mensaje "a toda criatura". Si los cristianos son el resultado de la labor justificadora y pacificadora de Dios, por lo mismo son también el instrumento de esa acción divina en el mundo. Quien se contenta con recibir la justicia de Dios y no se convierte en un promotor de la justicia a su vez, no ha comprendido la dinámica del Espíritu de Dios y tampoco conoce su obra redentora.
La Iglesia existe como obra e instrumento de la justicia de Dios. Eso ocurre en el ámbito de la sociedad y no puede ser de otra manera. No solo porque los cristianos son parte inherente de ella sino también porque han sido dejados en esa sociedad para cumplir su misión justificadora y pacificadora. La Iglesia ocupa inevitablemente un espacio en la sociedad y es responsable del papel que desempeña dentro de ella. Los conflictos económicos, políticos y sociales son también sus propios conflictos. Porque afectan de manera directa a sus miembros y también al campo donde debe realizar su misión. Los cristianos no tienen la opción de sustraerse de la realidad social en que viven, solo tienen la opción de ser, como recomendó Jesús: "prudentes como serpientes, y sencillos como palomas" (Mateo 10:16).
Cuanto más creen en la justicia de Dios, más profundamente sufren la injusticia que observan. Así, la conciencia y el compromiso social resultan ser componentes necesarios de su espiritualidad, la cual, tiene que ver más con la vida diaria en la ciudad que con experiencias místicas excepcionales. Como ovejas en medio de lobos, los cristianos son llamados a ser luz en una realidad que lacera los derechos de los indefensos. Ese llamado es irrenunciable a menos de que se deje de creer que hay Dios. Solo si no hubiera Dios el cristiano podría resignarse a la violencia, la injusticia y los abusos. Pero si hay Dios y, además, un Dios justo, dador de vida plena, jamás podrá el creyente acostumbrarse ni ser neutral ante la soberbia y el egoísmo humanos. Por el contrario, se opondrá a ellos con todas sus fuerzas y posibilidades.
En eso consiste el ser testigos de Cristo. Es una responsabilidad que se debe cumplir en la sociedad en que se vive, porque no hay ningún otro lugar donde se pueda completar. Si no es en el mundo ¿en dónde servirá la luz? La sociedad no es solo la porción que los cristianos desearían escoger por resultar más cómoda para su labor proselitista. La sociedad posee comercio, cultura, arte, comunicaciones, política, economía y es en esos campos en donde debe iluminar con las buenas nuevas. Para lograrlo, debe incursionar en todos ellos sin reticencias y con la visión clara de reconciliar al mundo con Dios.
Si los cristianos en verdad creen en Dios, entonces hay una justicia y un juicio a los que ningún cristiano puede sustraerse sin dejar de ser tal y, consecuentemente, aquellos que afirman que el Evangelio no tiene nada que ver con la política no saben, en verdad, lo que es el Evangelio ni sus implicaciones.
Pastor General de la Misión Cristiana Elim.