La motivación correcta para la evangelización es el amor. Es a partir de él que los cristianos se interesan por la condición espiritual de otras personas. El compartir las buenas nuevas es una tarea en la que las iglesias evangélicas realizaron su mejor papel, pero haciendo hincapié en el aspecto espiritual, descuidando otros elementos inherentes a la condición humana. Posteriormente, se abrieron caminos para aliviar las condiciones en las que vivían las personas hasta encontrarse con la causa básica de las desigualdades: las estructuras económicas y sociales.
Llegadas a ese punto, las iglesias reflexionaron sobre el hecho de que las estructuras solo pueden ser transformadas con la acción política. Eso planteó un nuevo dilema sobre la manera como los cristianos deben ejercer su incidencia política. Al proponer una respuesta, es importante diferenciar dos niveles de protagonismo: el de los creyentes laicos y el de los ministros del evangelio. Los laicos pueden ejercer su trabajo político haciendo uso de todos los derechos y deberes que el Estado otorga a sus ciudadanos, lo cual, incluye su participación en partidos políticos, cargos de elección popular y desempeño de funciones públicas. Para que esa participación sea diferente, debe estar basada en el amor y en los valores cristianos de servicio, honestidad, capacidad y transparencia.
Por su parte, el ejercicio político de los ministros del evangelio se fundamenta en una paradoja: mientras más alejados se mantienen de la participación partidaria, mayor influencia social posee su palabra. Su capacidad de incidencia está determinada por su vivencia personal de los valores del evangelio y su apego a las grandes verdades de amor y justicia. Su mirada es global y no particular, por arriba de las pasiones partidarias. Más allá de la política electorera se enfocan en la vida de la sociedad y en la manera como las personas conviven. Es el tipo de incidencia que desarrolló Juan el Bautista, Jesús, Pablo, Santiago y otros muchos creyentes paradigmáticos. Estos roles constituyen un desafío para las iglesias. Mientras los cristianos poseen acuerdo total en cuanto a las labores humanitarias, no se muestran del todo resueltos con respecto a la evangelización que lleva implícito un compromiso político.
Muchos, persiguiendo la comodidad o tratando de favorecer a sus ídolos, se declaran neutrales; creyendo que al hacerlo se sustraen de toda responsabilidad social para dejarla a otros. Tal posición es una simpleza, porque no comprende qué es la sociedad y, lo peor, tampoco el evangelio. El declararse neutral es ya adoptar una posición política: la de la indiferencia o no incumbencia, que históricamente ha demostrado ser una de las más perjudiciales de las políticas. Pero, además, es contraria a los valores de solidaridad, empatía y amor al prójimo que Jesús enseñó y encarnó. Neutralidad fue la que mostraron tanto el sacerdote como el levita de la parábola del buen samaritano. Sin solidaridad con los que sufren, sean quienes sean, el cristianismo de los neutrales resulta tan incomprensible como increíble.
Si se ha afirmado que la evangelización se basa en el amor, ese amor debe ser tan universal como universal es la comisión de alcanzar a toda criatura. El ser prójimo del necesitado adquiere su máximo sentido cuando de lo particular se trasciende al ámbito de lo público. Es desde allí que el amor puede, no solo auxiliar al hombre asaltado en el camino a Jericó, sino también mitigar las causas estructurales que llevan a los ladrones a asaltar. Si se cree que la voluntad de Dios es que sus hijos amen de la manera más universal posible, la neutralidad es una imposibilidad para las iglesias. Un cristianismo neutral no es auténtico, porque no puede ser activo. Y el amor no puede ser de palabras solamente, debe ser de hechos y, de manera especial, hacia los pobres y los olvidados.
Cuando los cristianos se integran activamente en la búsqueda de la solución de los conflictos de la sociedad en la que viven, lo hacen por voluntad y mandato de Dios. No por intereses personales o partidarios. Su compromiso social es testimonio de Cristo y su responsabilidad política dimana del núcleo más íntimo de la gran comisión de anunciar las buenas nuevas a toda criatura. De no ser de esa manera, tanto su testimonio como su evangelización resultarán arbitrarias y, en el fondo, superfluas.
Pastor General de la Misión Cristiana Elim.